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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La matanza de Faluya

El ritual bárbaro perpetrado en Faluya con los cadáveres de los cuatro civiles estadounidenses, asesinados a su paso por esta ciudad cercana a Bagdad, no sólo pone a prueba el ilusorio análisis estadounidense sobre lo que está ocurriendo en Irak, sino que puede acarrear cambios significativos en el desarrollo de la ocupación del país árabe y en su mismo desenlace. El macabro espectáculo colectivo de Faluya evoca el escarnio que precipitó hace 11 años el abandono de Somalia por las tropas de EE UU.

Tanto Bremer como el mando militar sobre el terreno se han apresurado a afirmar que lo ocurrido no hará cambiar la política de Washington. En cualquier caso, ni el plenipotenciario civil ni los generales están en condiciones de calibrar el impacto en EE UU de la orgía de odio de Faluya. Algunas grandes cadenas de televisión han ocultado las imágenes más atroces, pero otras, entre las que se cuentan CBS y ABC, han mostrado abiertamente escenas indigeribles. Lo mismo ha ocurrido en los grandes rotativos, lo que sumado a la ubicuidad de Internet permite asegurar que casi todos han tenido la oportunidad de ser testigos de la insania.

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Que la turbamulta de una ciudad al margen de la ley -con barrios enteros en manos de leales a Sadam Husein, pese a la vecindad de 4.000 marines- se haya sentido libre para quemar y mutilar ante las cámaras de televisión los restos carbonizados de cuatro norteamericanos es un signo elocuente sobre la naturaleza de la resistencia que Washington afronta. Y una muestra de lo poco que ha cambiado la situación en algunos lugares de Irak un año después de la caída de Bagdad. Los mismos argumentos que hacen increíble la idea de que semejante festín de barbarie -del que los españoles tuvimos un anticipo en noviembre con el bárbaro ataque contra siete agentes del CNI- pueda acontecer sin consignas políticas precisas, descartan la tesis del mando estadounidense según la cual su principal enemigo son terroristas islámicos llegados de otros países. Y arrojan una duda más que razonable sobre la afirmación de que la captura de Sadam ha permitido romper las redes de sus leales.

El impacto de Faluya en los planes de Washington sobre Irak y en la propia campaña presidencial emergerá pronto. Bush ha conseguido hasta ahora, según los sondeos, marcar una clara ventaja respecto a su oponente demócrata Kerry, incluso después del poco complaciente testimonio de Richard Clarke ante la comisión parlamentaria que investiga los acontecimientos del 11 de septiembre. Salvo improbables revelaciones espectaculares, Bush tiene mucho menos que temer del 11-S que de los descuartizamientos del miércoles. Las democracias son sistemas de opinión pública, y el estadounidense, por su falta de pudor mediático, lo es por antonomasia. Los ciudadanos de la superpotencia nunca imaginaron, cuando su presidente ordenó atacar Irak, que contemplarían imágenes como las ofrecidas ayer.

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