Ciberchisme
Siempre existió el chismoso perverso que, lejos de conformarse con las explicaciones sensatas, inventaba enrevesadas teorías para hundir al prójimo y hacer de sí mismo, gracias a la mentira, una persona fascinante. El chismoso tradicional realiza una labor artesanal, larga su rumor a dos o tres chismosos de segunda, y sabe que en poco tiempo el bulo cuajará y nadie sabrá de dónde ha partido el embuste. Los buenos periódicos, que saben de las mezquindades humanas, exigen que una, dos y hasta tres veces se ratifique un hecho a fin de que el lector pueda fiarse de lo que lee y de no buscarse líos innecesarios. Pero existe hoy un chismoso ascendente, el cibernético, que no tiene ni rostro ni nombre, que puede expandir sus rumores globalmente y que puede hacer infinitamente más daño que el correveidile galdosiano. Muchos nos dimos cuenta del poder sin fronteras del chismoso espacial cuando casi al día siguiente de 11-S comenzó a circular por Internet la teoría de que el día del atentado los judíos no habían ido a trabajar a las torres y, por tanto, culpar a Al Qaeda era una vil tapadera de esa conspiración judaica que aspira a hacerse un buen día con el poder del mundo. La primera vez que uno leyó este mensaje lo borró pensando que algo tan disparatado no encontraría audiencia, que la gente haría como tú, mandaría el mensaje al limbo espacial y sanseacabó. Pero lo extraordinario es que uno podía encontrarse con gente normal que, si bien no se creía la teoría conspirativa al cien por cien, tampoco le hacía ascos. Para colmo te dedicaban una sonrisa displicente, como si fueras uno de esos inocentes que sólo se creen las explicaciones "oficiales". En estos días en los que lo más deseable es fumar la pipa de la paz e invitar al vecino, han llegado decenas de mensajes de chismosos cibernéticos: hay uno que inventa el chisme y cientos de miles que dicen: "Cuando el río suena...". Para colmo, el envoltorio informático da cierto empaque de modernidad a la calumnia. Te llegan artículos apócrifos, informaciones que no se dan en los periódicos, y te instan a que difundas la superchería. Y cuando pones en duda una información que, por indemostrable, ningún periódico se atrevería a publicar, te miran por encima del hombro como diciendo: "Éste es tonto del culo".
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