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Columna
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Indecencia

Rosa Montero

Ahora que la vida empieza a regresar a la normalidad, recupero el tema de la columna que pensaba escribir hace dos semanas y que los atentados postergaron por su urgencia y su ruido. Éste es otro daño colateral que producen las bombas carniceras: el descoyuntamiento de la vida cotidiana, el descuido de los dolores individuales, de los pequeños temas, que quedan aplastados y relegados bajo el peso de dolor descomunal. Pero son esas menudas injusticias las que conforman el tejido de lo real, las que construyen los perfiles de nuestra sociedad. La democracia se defiende persiguiendo a los terroristas, pero también combatiendo los abusos flagrantes. El atropello de los derechos de una sola persona es una derrota para todos.

Y de eso quería hablar, de un hecho escandaloso, de una brutalidad inadmisible: la que permitió que desahuciaran a Rosario Piudo, esa anciana de 86 años que fue expulsada de su casa de Sevilla. Rosario llevaba 26 años viviendo en el piso y pagando religiosamente su alquiler, hasta que hace un año dejó de pagar como protesta al lamentable estado en que los dueños tenían el edificio. Un juez le ordenó saldar la deuda y ella lo hizo, pero se lió al echar cuentas y dio 39 euros de menos. El juzgado número 12 de Sevilla dictó una sentencia en firme y sin posibilidad de recurso, y la mujer fue desahuciada el 9 de marzo. El edificio es propiedad de la familia Giménez Clavijo; hace tres años vivían allí más de veinte familias, pero ahora apenas si quedan unas pocas. Por lo visto, los propietarios quieren librarse de los vecinos de renta antigua, vender la casa, dar un pelotazo de muchos millones. Es una canción muy conocida: edificios sin cuidar que van quedándose ruinosos, familias desalojadas, pingües negocios. Todo esto, por desgracia, no sólo es muy común, sino que además es legal. Pero qué ley tan perversa y tan miserable la que permite echar a una anciana de su casa por una deuda de 39 euros. Los propietarios se han librado de Rosario sin siquiera tener que pagarle una indemnización, por mísera que fuera. Es un acto bárbaro, inhumano. Esos propietarios, esos abogados de los propietarios, ese Juzgado número 12, han conseguido culminar, con primorosa legalidad, una indecencia.

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