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El poder de Estados Unidos y la campaña de 2004

Joseph S. Nye

La campaña electoral estadounidense se está caldeando, y con ella, el debate sobre el poder de Estados Unidos. Hace un año, tras la victoria de los bombardeos aéreos en las cuatro semanas que duró la guerra de Irak, fueron muchos los que pensaron que el asunto estaba zanjado. Pero las dificultades subsiguientes en Irak -y de forma más general, en las relaciones exteriores de Estados Unidos- han colocado ese tema en el centro de la campaña electoral. Cuesta recordarlo, pero hace algo más de una década, la creencia general -tanto dentro como fuera de Estados Unidos- era que Estados Unidos estaba en decadencia. En 1992, el ganador de las primarias de New Hampshire alegaba que "la guerra fría ha terminado y la ha ganado Japón". Cuando publiqué Bound to Lead [Condenado a dirigir], en 1990, predije el continuo auge de la potencia estadounidense. Pero hoy considero que es igualmente importante poner en entredicho la nueva creencia general según la cual EE UU es invencible, y el "nuevo unilateralismo" debe guiar la política exterior estadounidense.

Tras el desmoronamiento de la Unión Soviética, algunos analistas describieron el mundo resultante como unipolar y vieron pocas trabas al poder de Estados Unidos. Esto es engañoso. El poder en una era de información global se distribuye entre los países siguiendo un patrón que se parece a un complicado juego de ajedrez en tres dimensiones. En el tablero superior, el poder militar es básicamente unipolar. Estados Unidos es el único país con un gran y sofisticado Ejército de Tierra, Mar y Aire capaz de desplegar hombres a escala mundial; de ahí la rápida victoria del año pasado en Irak. Pero en el tablero central, el poder económico es multipolar, con Estados Unidos, Europa, Japón y China representando las dos terceras partes de la producción mundial. En este tablero económico, otros países contrarrestan con frecuencia el poder estadounidense. El tablero inferior es la esfera de las relaciones supranacionales que atraviesan fronteras sin el control gubernamental. En el extremo benigno del espectro, esta esfera incluye actores tan diversos como los banqueros que transfieren electrónicamente enormes sumas; en el otro extremo están los terroristas que transfieren armas, o los piratas informáticos que perturban las operaciones de Internet. En este tablero inferior el poder está muy repartido, y no tiene sentido hablar de unipolaridad, multipolaridad o hegemonía. Los que recomiendan una política exterior estadounidense unilateral basándose en descripciones tan tradicionales del poder de Estados Unidos se están ateniendo a un análisis lamentablemente desacertado.

Muchos de los desafíos reales al poder estadounidense se presentan, no en el tablero militar superior, en el que se concentran los unilateralistas, sino en el tablero inferior supranacional. Lo irónico es que la tentación de ir por su cuenta podría acabar debilitando a EE UU en este terreno. ¿Por qué es cierto esto? La actual revolución de la información, y el tipo de globalización que la acompaña, están transformando el mundo y haciéndolo más pequeño. A comienzos del siglo XXI estas dos fuerzas incrementaron el poder estadounidense, especialmente la capacidad de influir en otros por medio de un poder atractivo, al que yo llamo "poder blando". Pero, con el tiempo, los avances tecnológicos se extenderán a otros países y pueblos, con lo que se reducirá la superioridad relativa de Estados Unidos. Por ejemplo, hoy día, en Estados Unidos, con un 5% de la población mundial, están más de la mitad de los usuarios de Internet. Pero dentro de una década o dos, el chino puede ser el idioma con mayor número de usuarios de Internet. No destronará al inglés como lingua franca, pero, en algún momento, el mercado asiático ocupará un lugar más prominente que el mercado estadounidense. Y lo que aún es más importante, la revolución de la información está creando comunidades y redes virtuales que atraviesan las fronteras, y las corporaciones supranacionales y los actores no gubernamentales -terroristas incluidos- pueden desempeñar papeles mucho más importantes. Muchas organizaciones tendrán su propio poder blando, al atraer a ciudadanos hacia coaliciones que van más allá de las fronteras nacionales.

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Los atentados terroristas de Nueva York, Washington, y ahora Madrid, son síntomas terribles de los cambios profundos que ya se están produciendo. La tecnología ha estado disipando el poder de los gobiernos y capacitando a grupos e individuos para desempeñar papeles en la política mundial -incluido el de sembrar la destrucción masiva- que en otro tiempo estaban reservados a los gobiernos. La privatización ha sido el leitmotiv de la política económica de los últimos años, pero, en política, la privatización de la guerra es el terrorismo. Por otra parte, al reducirse las distancias gracias a la globalización, los acontecimientos en lugares remotos -como Afganistán- tienen un mayor impacto en nuestras vidas cotidianas. El mundo ha avanzado desde la guerra fría hasta la edad de la información global, pero los paradigmas dominantes en política exterior no han seguido su ritmo. Hoy día, las cada vez más numerosas redes globales de interdependencia están poniendo asuntos nuevos en las agendas nacionales e internacionales; los estadounidenses sencillamente no pueden solucionar por sí solos buena parte de estas cuestiones.

La estabilidad financiera internacional es esencial para la prosperidad, pero Estados Unidos necesita la colaboración de otros para poder garantizarla. En un mundo en el que las fronteras se están haciendo más porosas que nunca para todo tipo de cosas, desde drogas hasta enfermedades contagiosas o terrorismo, los estadounidenses se verán obligados a trabajar con otros países más allá de sus fronteras. Debido a su posición de vanguardia en la revolución de la información y a su enorme inversión en recursos tradicionales de poder, EE UU seguirá siendo el país más poderoso del mundo hasta bien entrado el siglo. Aunque se puedan crear coaliciones para controlar el poder estadounidense, es poco probable que se conviertan en alianzas fuertes, a no ser que EE UU utilice su duro poder de coacción de una forma agobiante y unilateral que socave su poder atractivo o blando.

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