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Reportaje:

El Paular recobra el libro de su historia

El Ayuntamiento de Rascafría compra a una familia el documento que narra el pasado de la cartuja

El monasterio de El Paular, en el valle del Lozoya, acaba de recuperar una buena porción de su historia escrita, que distintos avatares habían diseminado por doquier. Gracias a un encadenamiento feliz de circunstancias, el libro-becerro que notariaba su desarrollo desde 1390 hasta fines del siglo XVI y de cuyo paradero no se tenía constancia, regresa al recinto monacal regido por una decena de monjes benedictinos. Tras acopiar información del historiador Antonio Gómez Iruela y otros vecinos de Rascafría, Yolanda Aguirre, la alcaldesa, adquirió el manuscrito de una familia que lo conservaba desde 1835. Ahora lo ha hecho retornar a su lar natural como regalo por los 50 años de regencia monacal de El Paular por la orden de San Benito.

El libro será custodiado por los monjes del monasterio, si bien la titularidad es de Patrimonio Nacional
La cesión del libro es un regalo municipal a la orden de San Benito, que llegó al convento hace 50 años

El libro queda bajo custodia de los monjes, si bien su propiedad corresponde a Patrimonio del Estado.

Durante quinientos años, El Paular fue regido por la orden cartuja, una de las más herméticas de entre las numerosas reglas monacales europeas. El silencio, la penitencia y el trabajo caracterizaron la práctica de los cartujos, no bien desde el monasterio sacaron tiempo e ímpetu para vertebrar y organizar con su disciplina un territorio a ellos encomendado a fines del siglo XIV por el rey de Castilla, Juan I. A la jurisdicción de El Paular pertenecieron, entre otros enclaves, desde un magnífico predio agrícola de Perales del Río, cerca de Getafe, hasta el solar donde hoy se alza el Círculo de Bellas Artes, en la calle de Alcalá, que fue a lo largo de tres siglos Hospital de la Orden.

Campos, batanes, molinos, ríos, prensas, libros y obras de arte pasaron a depender del monasterio bien por donaciones regias o particulares, bien por la propia industria y laboriosidad de aquellos monjes. Y ello durante cinco centurias, de tal forma que El Paular llegó a ser el complejo agro-industrial y cultural, regido por religiosos, más importante de la España central hasta la fundación de San Lorenzo de El Escorial, a fines del siglo XVI.

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Sin embargo, El Paular siguió siendo un enclave de primerísimo orden en el corazón de España y el segundo en importancia de los de Madrid. Su rico patrimonio artístico incluye un retablo gótico de fines del siglo XV que figura entre los más deslumbrantes de Europa, por no mencionar su arquitectura módulo-celular, clave para la comprensión de la vida monástica y origen de la tipología europea de las casas adosadas; amén de su pintura y su imaginería -hasta sus estucados- que muestran un esplendor ampliado a su mobiliario: sus tres sillerías han sido recientemente recobradas y reenviadas a El Paular desde la iglesia de San Francisco el Grande, donde permanecían desde fines del siglo XIX. Ahora, la segunda de ellas asiste a una esmerada restauración supervisada por el Instituto del Patrimonio Histórico Español.

Eludidas las primeras desamortizaciones de bienes eclesiales en tiempos de Carlos IV y de Fernando VII, la iniciada por Juan Álvarez Mendizábal, en 1835, despobló el cenobio de cartujos y dispersó sus bienes. Atemorizados por los vientos expropiadores que soplaban entonces sobre la riqueza de Iglesia, los cartujos decidieron entregar a una familia piadosa conocida de ellos el libro-becerro del monasterio, que relataba hasta el año de 1565 la historia monástica. Su autor fue el también monje cartujo Bernardo de Castro, "cuya texto incopora una versión de los hechos más particular que objetiva", señala con una sonrisa el historiador Gómez Iruela. Hace dos años, el libro fue localizado en poder de los herederos de doña María Pastor, vecina de Rascafría, cuyo hijo, el sacerdote Domingo Lomas, se avino a que el libro abandonara el patrimonio familiar para retornar a la Comunidad de Madrid, con los buenos oficios de Carlos Baztán, entonces consejero regional de Cultura. Cuando todo se encauzaba ya hacia un desenlace feliz, un miembro de la familia se opuso a la venta. Informado de su valor histórico, aquel familiar se avino también a ceder el libro, pero cambios políticos vinculados a las elecciones comunitarias desvanecieron aquellas esperanzas por falta de presupuestos. Este invierno, la alcaldesa de Rascafría, Yolanda Aguire, ideó festejar el cincuentenario de la instalación de los benedictinos en El Paular con el regalo del libro, que los Lomas Pastor vendieron por 600.000 pesetas. La entrega culminó este domingo en un acto solemne.

Un eje con tres polos

La irradiación cultural y socioeconómica de los monasterios madrileños tuvo una importancia cardinal en la vertebración de la provincia, señaladamente en el norte, sobre el eje que une el cenobio de Santa María, en Pelayos de la Presa; El Paular, junto a Rascafría, y San Lorenzo de El Escorial. El primero fue erigido sobre un enclave visigótico. El segundo data de tiempos de los reyes de la Casa de Trastámara y el escurialense coincide con el auge de la dinastía de los Austrias, en el siglo XVI. Los tres enclaves se caracterizan por la abundancia de piedra, agua y madera en sus inmediaciones, tres elementos decisivos para su construcción y su mantenimiento energético. Los tres se encuentran sobre parajes naturales de evidente belleza, ricos también en caza y pesca, en valles surcados por ríos o arroyos y dentro, además, de rutas de conexión entre las sierras, los sotomontes y las llanuras madrileña, segoviana y abulense.

Dotados de capacidad articuladora de la vida agraria de sus respectivos contornos, los tres polos monásticos, desde el punto de vista arquitectónico, se han visto impregnados por el mejor arte de cada época. El de Santa María fue el cenobio que más estilos integró, desde el mudéjar hasta el barroco. Sin embargo, a El Paular corresponde el esplendor del gótico castellano. Del mismo modo, tanto éste como El Escorial y Santa María dispusieron de un patrimonio cultural -librerías y bibliotecas señaladamente- sobre las que asentaban su ascendiente ideológico, fortificador, a su vez, de su poderío social, político y económico, ampliado hasta los confines provinciales en rivalidad con la poderosa archidiócesis toledana.

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