El factor turco del islam en Alemania
De los cerca de 3,2 millones de musulmanes residentes en Alemania, la inmensa mayoría -en torno a 2,5 millones de personas- son inmigrantes que a lo largo de las últimas decadas vinieron de Turquía. Cerca de un 80% de ellos son suníes adscritos a la doctrina halafí, la más liberal de las cuatro escuelas jurídicas islámicas. Y hay otra característica que los distingue de los demás musulmanes: en su país de origen, Turquía, desde la proclamación de la República, en 1923, existe un Estado laico. Si bien el islam allí es la religión oficial, su doctrina y práctica son estrechamente controladas por un organismo estatal, la Oficina de Asuntos Religiosos. Este organismo financia y coordina también la mayor organización musulmana en Alemania, la Unión Turcoislámica de Instituciones Religiosas (Ditib).
En la población inmigrante desempeña un gran papel la corriente alevita, que propugna un islam no sólo laico, sino también mundano y liberal
La atención de la seguridad alemana está puesta en un ambiente de islamistas radicales adiestrados en los campamentos de Al Qaeda en Afganistán
La Ditib cuenta con más de 100.000 afiliados en alrededor de 800 asociaciones religiosas, culturales y sociales repartidas por toda Alemania. Sus imames son enviados y financiados directamente desde Turquía. Con este islam laicista y estatal compite la segunda organización en importancia, Milli Görüs, versión alemana de aquel Partido del Bienestar que en Turquía fue proscrito en 1997, pese a que su líder, Necmetin Erbakan, llegó a ser primer ministro. Milli Görüs cuenta con 26.500 afiliados, según los organismos de inteligencia alemanes, que, por su rechazo del Estado laico, su recurrente antisemitismo y su militante defensa de la ley islámica y del velo, año tras año la incluyen en la lista de organizaciones extremistas sometidas a vigilancia. Un grupo aún más radical, el llamado Estado del Califato, dirigido por Metin Kaplan, fue prohibido en 2001. Desde entonces, sus poco más de 1.000 afiliados se enfrentan a un estrecho marcaje policial.
Estas y otras organizaciones, no obstante, sólo representan una pequeña parte de una muy heterogénea población inmigrante, en la que también desempeña un importante papel una corriente religiosa distinta a la suní -la alevita, que propugna por un islam no sólo laico, sino también mundano y liberal-, la comunidad kurda, y un amplio espectro de grupos políticos. Entre todos estos inmigrantes, hoy día son evidentes dos tendencias contrapuestas: la cada vez más exitosa integración de una pequeña élite en la economía, la política y la cultura circundante, por una parte, y la creciente marginalización socioeconómica de muchos otros, por otra. Tanto la tasa de paro como el fracaso escolar de la población turca duplica a la de los alemanes. En las calles de las grandes ciudades hay miles de jóvenes turcos sin mayores perspectivas de futuro. Se debaten entre el rechazo de una sociedad que sólo a trancas y barrancas está aceptando que estos inmigrantes llegaron para quedarse, y los valores y prejuicios que les han sido inculcados por sus padres, muchos de ellos sumamente conservadores, creyentes y de origen rural. El honor y la sumisión femenina siguen siendo muy importantes en este contexto. Ni en Estambul se ven tantas mujeres y niñas con velos o pañuelo islámico como en algunos barrios de Berlín.
Pero no es el islam turco que más preocupa en Alemania. La atención de los organismos de seguridad, por el contrario, está puesta en un ambiente mucho más difuso de islamistas radicales que ya no se cuentan por millones, como en el conjunto de la población musulmana, ni por decenas de miles, caso de las grandes organizaciones, sino por centenares. Aunque entre estos hombres haya también alemanes convertidos al islam, en su mayoría se trata de inmigrantes árabes. Frecuentan asiduamente mezquitas y salas de oración en las que predican imames radicales; pero, por lo demás, se esfuerzan en no llamar la atención.
El ejemplo más conocido es la llamada célula de Hamburgo, que bajo el mando de Mohamed Atta y Ramzi Binalshibh preparó los atentados del 11 de septiembre de 2001. La policía calcula que en Alemania, hoy por hoy, residen entre 150 y 200 más de estos combatientes adiestrados en los campamentos de Al Qaeda en Afganistán. Expertos en toda suerte de mortíferas técnicas -a uno de ellos se le han encontrado planos para manipular teléfonos móviles de una manera idéntica a como se hizo en Madrid- forman parte de la madeja de células y grupos islamistas que se expande a través de medio planeta. Las autoridades intentan controlarlos -hay 180 sumarios de investigación abiertos-, pero, incluso cuando logran ficharlos, rara vez los pueden retener o expulsar: también ellos gozan de garantías jurídicas. "Casi cualquier parte de esta red puede albergar un peligro mortal, sólo que nadie sabe cuál, cuándo y dónde", sintetizó recientemente el semanario Der Spiegel.
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