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ANÁLISIS | NACIONAL
Columna
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El PP, en la oposición

PESE AL CORRECTO comportamiento de Mariano Rajoy la noche deL 14-M, las respuestas dadas por Aznar el lunes en una entrevista televisiva, las palabras pronunciadas al día siguiente ante la Junta Directiva Nacional del PP y el artículo publicado el miércoles con su firma en The Wall Street Journal advierten sobre el peligro de un alejamiento de los populares respecto a la línea establecida hace dos semanas por su candidato, que aceptó entonces sin reticencia alguna la plena legitimidad del resultado electoral y se comprometió a desempeñar el papel de líder de la oposición con lealtad a las reglas -escritas y tácitas- del juego democrático. Contra toda evidencia, Aznar acusa ahora al PSOE y a "un poder fáctico fácilmente reconocible" (el grupo de comunicación al que pertenecen la Cadena SER y EL PAÍS) de haber violentado "el luto y la reflexión de los españoles" durante los días siguientes al atentado "para llevar el agua a su molino"; fiel a la táctica de que la mejor defensa es un buen ataque, Aznar pretende con esa intoxicación borrar las indelebles huellas de la manipulación desinformadora del 11-M realizada por el Gobierno con propósitos electoralistas.

Todavía es pronto para saber si Mariano Rajoy mantendrá -como líder de la oposición- la estrategia de juego limpio y respeto por el adversario anunciada en su discurso de la noche electoral

El virulento Michael Moore (premiado el año pasado con un Oscar por su espléndido documental Bowling for Columbine) acaba de publicar un abrasador libro (¿Qué has hecho con mi país, tío? Ediciones B, 2004) sobre las trolas de Bush para justificar la guerra de Irak: tal vez fuese una buena idea que algún humorista español escribiese un panfleto tan airado y sarcástico sobre la manipulación electoral del 11-M y las mentiras previas de Aznar acerca de las armas de destrucción masiva en poder de Sadam Husein y del terrorismo internacional.

El mitin programado ayer en Vista Alegre -este artículo fue escrito con anterioridad- tal vez despeje las incógnitas sobre los planes del PP para esta legislatura. El sistema democrático funciona a través de la relación dialéctica entre Gobierno y oposición: ambos polos están obligados a respetar límites en sus disputas. Desgraciadamente, los intentos de deslegitimar al PSOE como oposición y de aniquilarle como alternativa fueron abundantes durante los mandatos de Aznar. Sirvan de recuerdo la calumniosa imputación de que el ministro Solbes había concedido una amnistía fiscal fraudulenta a sus amiguetes; la evocación de los episodios de corrupción de la etapa socialista como incongruente truco para no contestar a las preguntas parlamentarias; el rechazo por antipatriótica de la comisión de investigación sobre el Prestige; la burda descalificación de Zapatero como compañero de viaje de Sadam Husein por sus críticas a la guerra; la tramposa interpretación de las propuestas de reforma parcial de la Constitución o de los Estatutos como vía para romper la unidad de España; la acusación de que el PSOE pacta con los asesinos de resultas del Gobierno tripartito catalán y el encuentro de Carod con ETA.

Si el Gobierno de Zapatero intentase hacerle tragar al PP durante esta legislatura el aceite de ricino que el Gobierno de Aznar dispensó a cucharadas a los socialistas durante los últimos ocho años no sólo caería en la ruindad de la venganza, sino que además erosionaría -como sucedió entre 1996 y 2004- los muros de carga del régimen democrático. El sistema pluralista construido durante la transición conjuga el conflicto entre los partidos para conquistar el poder con el consenso constitucional de fondo, anverso y reverso de la misma moneda. Es probable que el espíritu dialogante y el ánimo constructivo de Zapatero hayan contribuido a su victoria del 14-M, una lección que seguramente deberían estudiar los dirigentes del PP antes de lanzarse por el camino de la bronca y del enfrentamiento. Los precedentes del PP a este respecto, sin embargo, no son tranquilizadores: durante la legislatura 1993-1996, Aznar recurrió como líder de la oposición a la estrategia de tierra quemada y no reparó en medios para expulsar al PSOE del poder. Cabe esperar y desear, sin embargo, que Rajoy tenga sentido del Estado suficiente para no someter de nuevo al sistema constitucional español a irresponsables tormentas desestabilizadoras.

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