Cenicienta alegre de Bahía
Suele repetir que lleva tres cruces: ser mujer, negra y pobre. Nació el 31 de marzo de 1964 en una favela, en los suburbios de Salvador de Bahía. "Debo decir que tuve una infancia maravillosa", asegura esta mujer de más de cien kilos, con aspecto de cantante de ópera o de gospel, que ha ido acumulando elogios como los que le dedicó The New York Times a toda página: "De repente, saliendo de la oscuridad, la nueva voz de Brasil".
Desde los doce años, María Virgínia Rodrigues da Silva, hija de Valdelice dos Santos Oliveira y Firmino Rodrigues da Silva, trabajó como manicura, cocinera y empleada del hogar con el fin de contribuir al escaso presupuesto familiar. De niña recuerda que practicaba en el cuarto de baño el Ave María de Gounod o la Bachiana número 5 de Villa-Lobos que había escuchado en la radio: "Mis hermanos se morían de rabia cuando me encerraba en el baño, pero no podían protestar demasiado porque a mi padre le encantaba oírme".
El peine le servía de micrófono. Dice que cuando por fin agarró uno de verdad nadie entendía cómo podía hacerlo con tanta seguridad. Cantaba en las procesiones de Semana Santa, animada por su abuela materna, devota de san Antonio, en todas las fiestas del colegio público al que acudía y en los cultos de la iglesia baptista que empezó a frecuentar su madre. Sus primeros vinilos, comprados a buen precio en la feria de San Joaquín, donde su madre tenía un pequeño puesto de frutas y verduras, los escuchaba en casas de amigos porque en la suya no había tocadiscos.
En 1992, el maestro Keiler Rego la llevó a coros como el del monasterio de São Bento. Y, bajo su batuta, participó en los Oratorios de San Antonio que recorren cada año las iglesias barrocas de la ciudad de Salvador. Estuvo a punto de dejarlo en varias ocasiones. Su hermano mayor, Valvique, le daba el dinero para poder tomar el autobús que la llevaba a los ensayos y le compraba ropa para las actuaciones. "Era el que más se quejaba por lo del cuarto de baño y luego fue quien más se opuso a que yo arrojase la toalla todas las veces que pensé hacerlo", explica.
Su voz impostada, que mezcla
canto popular y canto lírico, emocionó hasta las lágrimas a Caetano Veloso, al oírla cantar en latín, y a capella, en el ensayo de una obra de teatro. No sólo se movilizó para que Virgínia Rodrigues pudiera grabar su primer disco sino que se encargó de la dirección artística de sus primeros recitales. Para él, "Virgínia se siente atraída por el canto solemne, pero su persona irradia esa alegría terrenal que es la característica más fuerte del pueblo de Bahía".
En Sol negro (1997), Virgínia Rodrigues enlazaba un canto de la liturgia del candomblé con otro en latín, se atrevía en inglés con un espiritual y la acompañaban Milton Nascimento, Gilberto Gil y Djavan; Nós (2000) mostró, con arreglos serenos de cuerda y metales, la música de carnaval de grupos afros de Bahía como Olodum, Muzenza o Ilê Aiyé. Hace cuatro años compartió el escenario del Carnegie Hall, en un concierto benéfico para la causa tibetana, con Patti Smith, Philip Glass y David Byrne, ante una platea en la que se encontraba Harrison Ford. De nuevo The New York Times se refería a ella: "Su voz está hecha para las catedrales, conjugando el estilo operístico de Jessye Norman con el ritmo del samba negro".
Para su tercer disco, Mares profundos (Deutsche Grammophon), Virgínia Rodrigues ha elegido los afro-sambas del guitarrista Baden Powell y el poeta Vinicius de Moraes, que ya los grabaron en enero de 1966. Se trata de una serie de canciones -Canto de Ossanha, Canto de Iemanjá, Lamento de Exú...- que cuentan historias de orixás, las divinidades del culto sincrético de origen africano, a través de sambas de roda, pontos rituales de candomblé y toques de berimbau. El disco original se grabó, según contaba Baden Powell, en dos pistas estéreo, un día que diluviaba. El agua había entrado en el estudio y ellos cantaban y tocaban instalados sobre cajas de cerveza y whisky que habían vaciado previamente entre todos los músicos.
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