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Las gracias otorgadas

Si hubiesen preguntado a Ibarretxe en octubre pasado, cuando puso en marcha la tramitación parlamentaria de su plan, cuál era el escenario político peninsular futuro que deseaba como más favorable para sus intereses, hubiera sin duda respondido que una victoria sin mayoría absoluta del PSOE en las generales de marzo 2004. Por difícil que pareciera hace unos días, el deseo del lehendakari se ha cumplido. Y, sin embargo, esta concesión de lo deseado parece una burla irónica del destino ("Hay más llanto por las gracias concedidas que por las denegadas", decía Teresa de Avila). Porque las posibilidades políticas del plan han quedado seriamente perjudicadas por la particular secuencia de hechos que termina en la victoria de los socialistas el 14-M.

Ibarretxe se ve forzado a aguardar unas semanas antes de reanudar su 'pressing' político

No se trata del transitorio y ocasional clima de buenismo (perdonen el palabro) que se ha instalado en nuestra sociedad y que exige a todos los actores políticos aterciopelar sus discursos. La sociedad está impregnada en este momento por un confuso anhelo, característicamente infantil, de ser todos buenos para ver si así se va el coco. Los políticos son conscientes de ese clima, de que en este momento la sociedad española no toleraría gritos, ni disensiones, ni reivindicaciones abruptas, sino que pide un bálsamo de buenos sentimientos generalizados. Rodríguez Zapatero enfatiza el perfil moralista de su personalidad (que ya es de por sí bastante acentuado) y todos los grupos políticos compiten en invocaciones al diálogo, la tolerancia, la comprensión y demás palabras buenas del vocabulario político. Hasta ETA tendrá que esperar una larga temporada para reaparecer. En este ambiente, Ibarretxe se ve forzado a aguardar unas semanas antes de reanudar su pressing político, so pena de concitar una pitada universal en su contra.

Como todos los climas de opinión, éste pasará pronto. Lo trascendente es que ha cambiado significativamente el escenario político para los próximos años, y que el nuevo va a afectar mucho al desarrollo de la obra que Ibarretxe puso en escena hace meses. El primer jalón ocurrió en otoño cuando se formó un gobierno tripartito en Cataluña, que asumió la tarea común de discutir y redactar un nuevo Estatuto consensuado. Y dentro de ese tripartito estaban los independentistas. Continuó cuando Rodríguez Zapatero asumió el compromiso de apoyar en Madrid el Estatuto que consensuasen los catalanes, siempre que respetase la Constitución. Y ha culminado la nueva conjunción cuando este mismo líder ha llegado al Gobierno español. Todo estos sucesos, en principio ajenos a la política vasca, van a ser determinantes, sobre todo, para ella, porque marcan inexorablemente las condiciones de posibilidad del cambio estatutario que se está reclamando por los nacionalistas vascos.

En efecto, es obvio que habrá conflictos, disensiones, regateos y ocasionales rupturas, pero puede afirmarse razonablemente que durante este año 2004 se gestará un Estatuto consensuado en Cataluña, llegará al Congreso español y será probablemente aprobado en 2005. Y, lo que es más trascendente, será un proceso político en el que participarán casi todos los partidos, incluso los que defienden la independencia. Es probable incluso que llegue a participar el PP catalán, una vez desembarazado de la para él nefasta tutela central.

Pues bien, creo que el diseño procesual del plan Ibarretxe no podrá resistir la concurrencia temporal con ese otro proceso, que va a operar como su ejemplo contrafáctico; es decir, va a mostrar implacablemente las carencias del plan en su concepción y los problemas insuperables de su pretendida implantación.

De entrada, el foco de atención política se desplazará, dejará de tenernos en exclusiva a los vascos como único problema urgente en España. Y eso tendrá un efecto desdramatizador inevitable. El sistema político dejará de percibir como acuciante lo que es simplemente importante. Pero es que, además, el camino crispado que el plan vasco hace inevitable en su actual diseño será objeto de comparación permanente con el proceso catalán. Con toda seguridad, esta concurrencia temporal hará insoportable la visión de unas diferencias que sólo se explican desde un soberanismo desmedido. ¿Cómo explicar el consenso de allí y la fractura de aquí cuando los elementos objetivos en liza son los mismos? En este sentido, Cataluña operará como un implacable negativo fotográfico del País Vasco: pondrá de manifiesto cruelmente las carencias que tiene un plan concebido y desarrollado unilateralmente.

Los griegos llamaban hybris al fenómeno que arruinaba tarde o temprano a todas las ciudades, y que consistía en la desmesura excesiva en cualquiera de los principios que conforman la convivencia, por justo que pudiera ser tal principio aisladamente considerado. Lo catastrófico era el exceso. Creo que el proceso catalán pondrá de manifiesto la hybris particular del nacionalismo vasco.

Adicionalmente a lo anterior, la tramitación y eventual aprobación de un nuevo Estatuto catalán en Madrid cargará de legitimidad política al Gobierno socialista para negarse a discutir siquiera un eventual borrador aprobado sin consenso en Vitoria. No será un Gobierno débil el que afronte el desafío, sino uno fortalecido por el resultado del proceso catalán. No será uno mayoritario del PP, susceptible de ser acusado de cerrazón y prepotencia, sino uno legitimado por el éxito de su negociación con los representantes de otra nacionalidad hispana. Si aquel proceso resulta exitoso, la presión del nacionalismo vasco mediante la amenaza de ruptura unilateral de la legalidad constitucional deviene un arma sumamente problemática.

Barrunto que lo que hasta ahora parecía demostración de fuerza y decisión (presentar al Parlamento un plan unilateral tan cerrado y definido que hasta tenía redactadas sus disposiciones transitorias) puede convertirse en dificultad futura para volver a la senda del consenso y la negociación. Y que un dirigente se haya atado tan estrecha y mesiánicamente a un texto puede revelarse en el futuro como un obstáculo sólo removible mediante su sustitución desde sus propias filas.

José María Ruiz Soroa es abogado.

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