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Columna
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Españoles todos

Igual que en los discursos de nuestra infancia autárquica, saturada de curas del Opus, No-dos en blanco y negro y en color y niños de todas las especies, flacos y gordos, altos y bajos, pobres y ricos; niños cantores de San Ildefonso y niños abnegados de la Operación Plus Ultra. Igual que entonces. Ahora también nos dicen, cuando en España ya casi no se fabrican niños según las estadísticas, que todos somos o podemos ser eso: españoles. Españoles todos. Basta subirse a un tren de cercanías y esperar a que el tren salte en pedazos en el nombre de Alá y del terrorismo fundamentalista islámico. Es así de sencillo. Sobre todo si al día siguiente hay unas elecciones generales.

Esa sencilla operación permite que el moraco apestoso, el sudaca de mierda, el negrata cargado de cedés y abalorios, el gitano rumano con su zacuto de clinex al hombro o cualquier extranjero sin papeles, sin trabajo decente, sin casa y sin futuro sea como nosotros, españoles todos. Pocas medidas públicas he visto en mi vida tan falsas, demagógicas e hipócritas. No es decente cifrar en una lotería sanguinaria el presente ni el futuro de nadie (y mucho menos de manera póstuma). No es decente tampoco, aunque sea democrático, que el resultado de unas elecciones lo dicte una pandilla de asesinos fanáticos, como acaba de pasar en España. Como no fue decente que el final de la dictadura franquista lo decidiese una tromboflebitis del Caudillo que durante cuarenta años sojuzgó a este país.

Me alegro sinceramente por los beneficiarios indirectos de esta españolidad sobrevenida ¿gracias? a la carnicería de Atocha. Pero todos sabemos que estos muertos ni eran ni podrán ser, por mucho que la ley así lo diga, españoles. Es como contratar al albañil ecuatoriano que acaba de caerse del andamio, y que firme el contrato mientras vuela cayendo del andamio, y que su viuda cobre su primer sueldo mínimo, miserable y legal mientras el ataúd de aglomerado de su difunto esposo entra en el nicho. Es una mala broma, una broma macabra. El humor negro hispánico nos ha dado a Quevedo, a Francisco de Goya y a Solana, a Luis Buñuel y a Cela.

Españoles todos, claro. Hasta los inmigrantes ilegales que se juegan la vida atravesando el Estrecho en pateras pueden llegar a serlo si tienen baraka. Pero unos españoles, todavía, lo son más que otros, y es posible que siempre sea así, porque los españoles no parecen propensos a cambiar (el cainismo que uno detecta estos días de resaca electoral tampoco anima a pensar lo contrario). "Paz, piedad y perdón", pedía Azaña en el siglo pasado. Pero ¿dónde está Azaña? Uno termina siempre repitiéndose, haciéndose la misma o las mismas preguntas. El discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres no sirve para mucho. La Historia nos demuestra que, como augur, Hobbes consigue más plenos que Rousseau. Españoles todos, sí, y también vascos todos, ciudadanos de Europa, todos montados en el mismo tren. Pero algunos viajan siempre en avión particular.

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