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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El pie del imaginario griego

El libro de C. Meier El arte político de la tragedia griega (1988) comienza con la pregunta "¿por qué los griegos tenían necesidad de la tragedia?". Y responde luego, con sus penetrantes análisis de sus grandes textos, de hasta qué punto y cómo "la tragedia era necesaria a la democracia ateniense". No fue porque las tragedias versaran sobre los problemas inmediatos de la política ateniense, sino, un tanto paradójicamente, porque invitaban a reflexionar sobre los problemas de la condición humana y de la ciudad desde una perspectiva amplia, tomando sus distancias gracias al mito. "Acaso la tragedia les servía para tomar distancia respecto a lo cotidiano, para compensar, para lograr una claridad, y dejar al desnudo los fundamentos de su existencia". A través de la representación escénica de los mitos y los sufrimientos de los héroes, la tragedia invita a la discusión sobre los valores humanos. Ciertamente el teatro de Dionisio no es una caja de resonancia de cuanto se discute en el ágora, pero es un espacio religioso y festivo, que servía a la educación cívica y sentimental. Los trágicos eran magnánimos educadores de la polis.

MADRES EN DUELO

Nicole Loraux

Traducción de Ana Iriarte

Abada. Madrid, 2004

100 páginas. 16 euros

EL ESPEJO ROTO. Tragedia y política en Atenas

Pierre Vidal-Naquet

Traducción de Mar Llinares

Abada. Madrid, 2004

75 páginas. 12 euros

Sobre esta temática P. Vidal-Naquet ha escrito unos cuantos ensayos memorables (reunidos con los de J. P. Vernant en Mito y tragedia en la Grecia clásica), y ahora vuelve, con su estilo claro y preciso, a recordar los rasgos esenciales de la visión dramática en relación con la política en la Atenas clásica. El título de este opúsculo apunta agudamente a su conclusión. La tragedia no quiso ser, como decía Stendhal de la novela, un espejo en un camino, sino, en todo caso, un espejo quebrado con imágenes sesgadas de su entorno. Por eso no refleja la vida política de la democracia ni sus problemas contemporáneos de manera directa, sino, en todo caso, como un prisma de variados reflejos de ese entorno histórico. La gran literatura griega fue siempre más allá del realismo, y, como Vidal-Naquet indica (en contra de la opinión de otros filólogos), sus alusiones a la política coetánea resultan escasas. Porque la tragedia (que en esto difiere de la comedia) se sirve de los mitos para plantear sus hondas cuestiones sobre el destino y la condición humana. Y no se reduce a recontar las tramas, sino a exponer de nuevo, a una luz crítica y cívica, los grandes dilemas trágicos de los héroes de antaño. "El relato mítico es cuestionado por los autores trágicos, es decir, colocado a distancia" (como dicen también Vernant y Meier). Antígona y Edipo en los dramas de Sófocles son mucho más problemáticos y complejos que los protagonistas tradicionales del relato mítico, y, al recordar sus catástrofes trágicas sobre el trasfondo de su ciudad, envían voces de alerta. Según Vidal-Naquet, "la tragedia es, en cierto sentido, lo contrario de la continuidad cívica, la tragedia es una crisis, negativa o positiva, tras la cual ninguno de los héroes es semejante a sí mismo". Con su excesivo carácter y su hybris, desafían el prudente orden político, pero son, por eso mismo, ejemplares y catárticos.

El imaginario mítico, que anima y nutre al teatro trágico, es más rico y generoso que la realidad política de la democracia griega. Lo fue con respecto a sus figuras femeninas. Si la mujer estaba condenada al silencio y la sumisión en la vida cívica, el teatro trágico supo dar voz personal y papeles protagonistas a inolvidables figuras femeninas de abolengo mítico. Nicole Loraux ya analizó a fondo el tema de las heroínas ante la muerte (en Maneras trágicas de matar a una mujer, Visor, 1989). Aquí evoca el de las madres en duelo por los hijos muertos. La epopeya concedía un lugar a los llantos y plantos de las mujeres, pero la política de la ciudad excluye el desgarrado llanto de las madres. En el discurso epitafio de Pericles (en Tucídides, II), el político trata de consolar a los padres de los caídos, pero nada dice del llanto de las madres. Acaso según Loraux, porque ese llanto no es nada político. La tragedia sí deja un espacio para evocar los plantos y dolores de las madres, que en Los Heraclidas y Las suplicantes de Eurípides velan por el entierro de sus hijos, y reclaman el socorro de los políticos. En otros casos, como los de Clitemnestra y Medea, las madres se revuelven vengativas y asesinas. Las madres al margen de la polis hablan y actúan en el imaginario trágico con terrible ambivalencia. Y aunque los políticos demócratas las olviden, la veneración popular les guarda en el marco de la ciudad piadoso respeto: en el ágora de Atenas, junto al Bouleuterion, se eleva el templo a la Madre divina, el Metroon, arcaico homenaje a "la Madre de negras cóleras que vigila, aclimatada a la ciudad, las huellas de lo político". Nicole Loraux, gran helenista fallecida el año pasado, comenta estos aspectos con su usual precisión en la cita de textos y su refinada exégesis, siempre renovadora y sugerente.

Debemos, además, agradecer la calidad de ambas traducciones y su cuidada edición como primicias de esta nueva editorial Abada.

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