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Reportaje:MATANZA EN MADRID

Andriyan y Alin, final triste, final feliz

Dos familias identificaron como suyo al mismo herido en el hospital Gregorio Marañón

Luz Sánchez-Mellado

Alin Stuparu es rumano. Andriyan Asenov era búlgaro. Alin tiene 24 años. Andriyan tenía 22. En el tiempo verbal está la diferencia. Alin está vivo. Andriyan, no. Las familias de estos dos inmigrantes de Torrejón víctimas del 11-M no se conocen, pero vieron en el mismo herido del hospital Gregorio Marañón a dos personas distintas. Primero fueron los padres de Andriyan, que recobraron la esperanza al contemplar a su hijo en ese joven de piernas quemadas y cara inflamada. Después fue Stefania, la novia de Alin, la que volvió a ver la luz después de 30 horas a oscuras al reconocer el rostro de su compañero en la misma camilla. Ambos juraban que el enfermo era el suyo. Pero después de que la policía judicial comprobara sus huellas, el paciente dejó de ser anónimo. Stefania respiró. Los padres de Andriyan se hundieron. El cuerpo de la discordia era el de Alin Sorinel Stuparu. Poco después, la madre de Andriyan identificaba el cadáver su hijo en la morgue. Ella misma le abrió la boca y comprobó que a ese cuerpo le faltaba el diente que su hijo no tenía. Kalina, la novia de Andriyan también falleció en el atentado.

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Dos chicarrones morenos, de rasgos marcados, cuerpos fuertes, de peón de albañil. Los dos iban en los trenes de la muerte. Ninguno aparecía ni vivo ni muerto. Sus familias les buscaban. A Alin su novia, Stefania, encerrada en el Campo de las Naciones. A Andryan sus padres y su jefe, por todos los hospitales de Madrid. El viernes por la tarde llegó la esperanza.

El jefe de Andriyan dijo haberle reconocido en el cuerpo inconsciente de un herido del Gregorio Marañón. Sus padres tampoco dudaron: habían encontrado vivo a Andriyan. Pero mientras, una enfermera había creído reconocer en ese mismo herido a la persona cuya fotografía ilustraba la última página de este periódico el viernes: Alin Sorinel Stuparu. A las cinco de la tarde, alguien avisaba a Stefania en su agónica espera. Había un herido que podía ser su novio. Cuando vio al enfermo, Stefanía casi se desmaya: era Alin. Su Alin. Con la cara inflamada, intubado, con hematomas y quemaduras, era El Gordo, su hombre, la persona con la que llevaba tres años viviendo. Entretanto, los padres de Andriyan se habían marchado a Torrejón. Llevaban 36 horas sin dormir. Andriyan estaba grave, pero vivo. La alegría duró poco. Una llamada acabó con todo. Después de ser identificado por especialistas de la policía, no había duda. El herido no era Andriyan. Era Alin. Su precipitado viaje al Gregorio Marañón ("ni podían ni querían creérselo", dice Félix Robledo, su vecino) acabó peor que mal. Padre y madre, sufrieron un choque tan brutal que tuvieron que ser ingresados en el mismo centro donde no estaba su hijo.

Desde que vio el rostro de Alin en una sala atestada de heridos, Stefania nunca estuvo inquieta. No tenía por qué. "Yo sabía que otra familia lo reclamaba", dice a través de su amiga Adela, ya que ella, con sólo tres meses aquí, no habla español, "pero me daba igual. Alin era Alin". La preocupación de Stefania es otra. Alin no está bien. "Me dicen que le tienen que operar varias veces de las piernas. Las tiene destrozadas. También tiene mal los pulmones. Y no oye por el oído derecho", decía ayer feliz y angustiada al tiempo.

El hombretón de la foto del pasaporte está muy débil y sólo afirma y niega con la cabeza. Como cuando le preguntaron si hablaba búlgaro. No. Si se llamaba Andriyan. No. Pero le aprieta la mano a Stefania y quiere volver a casa con ella. Cuando iba hacia el Campo de las Naciones, en busca de lo que quedara de él, Stefania repetía un lamento. Alin ya no tendría "su niña". En cuanto salga del hospital, Stefania y Alin quieren saldar esa cuenta pendiente. Antes, dice ella, se casarán. En cuanto Alin esté consciente, con fuerzas, un funcionario de la embajada irá al hospital y certificará el matrimonio de esta pareja de ex sin papeles. La nacionalidad española les ha salido muy cara. Andriyan y Kalina ya nunca la podrán conseguir.

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Alin Stuparu y su novia, Stefania, en una boda celebrada en Rumania. La foto de la derecha es del búlgaro Andriyan Asenov. Las familias confundieron a ambos muchachos en el hospital. 

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Alin Stuparu y su novia, Stefania, en una boda celebrada en Rumania. La foto de la derecha es del búlgaro Andriyan Asenov. Las familias confundieron a ambos muchachos en el hospital. / EL PAÍS

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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