Votar al lado del tren de la muerte
Vecinos de El Pozo y Santa Eugenia acuden en masa a las urnas con la tragedia en la mente
El hombre, de unos 30 años, sale del colegio electoral Madrid-Sur llevando de su mano a su hija pequeña y en la solapa, la chapita negra y roja del "No a la guerra". Estaba convencido de que en su barrio, el Pozo del Tío Raimundo, "va a votar todo Dios". ¿Por qué? "¿Cómo no votar todos, con eso aquí enfrente?" "Eso", situado a 100 metros del colegio, es un vagón descuajaringado, partido en dos, con el techo abierto como una lata gigante de sardinas, cubierto con una lona gris: el vagón de cercanías que el jueves saltó por los aires de dos bombazos. Parece un monumento. Una broma. Un mal sueño hecho chapa. Pero es real: tan real como las 67 personas que murieron dentro o los cientos de heridos que jamás olvidarán esa mañana de pesadilla.
"Me pongo como objetivo ser la voz de los que ayer la perdieron"
El colegio Madrid-Sur, con un gran lazo negro en su entrada, abrió ayer su puerta para recibir a los votantes más tristes de España: los hombres y mujeres de este barrio humilde y noqueado, que acudieron ayer a votar en masa después de salir el jueves en bloque a auxiliar a los heridos y de sumarse, al día siguiente, a la manifestación más numerosa de la historia de España.
A las seis de la tarde ya habían pasado por el colegio electoral el 65% de los censados. Al salir, nadie podía dejar de echar una ojeada silenciosa al tren de la muerte. Hubo tales colas a la entrada que a más de un viejo le hicieron pensar en "las elecciones del 78"; e interventores que no habían vivido jamás una participación igual; y personas como María José Matutano, que no acudían a un colegio electoral desde hacía 10 años. Y que estaba ayer frente a "eso", con su voto en la urna. "Hoy he venido, sí, ¿Y sabe usted por qué? Porque por cinco minutos no me han matado a mi hijo", explicaba.
En el pasadizo de la estación que salva bajo tierra las vías de tren, a escasos 200 metros del colegio Madrid-Sur, los vecinos han montado un improvisado altar. Hay miles de flores, de velas rojas que iluminan el pequeño túnel con un resplandor anaranjado, flota un fuerte olor a cera, un ambiente religioso, hay un silencio que impresiona. Ayer, la parroquia de San Raimundo de Peñaforte, tres calles más abajo, se encontraba a las 13.00 casi vacía.
El pasadizo, en cambio, estaba repleto de gente. Como si todo en el barrio, hasta la iglesia, se hubiera trasladado allí, debajo de la estación, al epicentro de la hecatombe que sacudió el Pozo, Madrid y el planeta entero. Hasta allí llegan las indicaciones del servicio de megafonía del apeadero: "Tren con destino Atocha en vía dos, tren con destino Alcalá en vía dos". Son los últimos ensayos, porque hoy la línea de la muerte (Santa Eugenia, el Pozo, Atocha) volverá a funcionar. Un signo que demuestra que la vida quiere continuar.
Pero es difícil: en las paredes del pasadizo, los hombres y mujeres que habitan estas casas han escrito lo que les sale directamente de las entrañas. Muchas de las cuartillas esconden mensajes relacionados con el voto: "Me pongo como objetivo ser la voz de los que ayer la perdieron. No os olvidaré porque yo también he muerto"; "Mañana votaré con vosotros, contra los partidarios de la guerra y la violencia".
Según se ha ido sabiendo que que detrás de las bombas no estaba ETA sino el terrorismo islámico, los carteles se han llenado, además, de frases como éstas: "Las guerras son vuestras, los muertos, nuestros". "La respuesta de Irak y Afganistán está aquí". "Ayer, no a la guerra; hoy, no al terrorismo. Mañana ¿Qué? Basta ya".
También en el colegio electoral de Ciudad de Valencia, en el barrio de Santa Eugenia, en cuya estación voló otro de los vagones mortales, la participación se presuponía masiva. Acudieron a votar, entre aplausos, heridos de la tragedia. Hasta una viuda reciente que se dejó a su marido en el andén acudió ayer al colegio con sus dos hijos pequeños. Recordó a algunas personas que le acompañaban que siempre, en cada elección, iban los cuatro, y se desmayó de dolor. Cuando esta mujer se fue, el aula se sumió en un silencio absoluto.
Era un silencio parecido al del pasadizo de las velas rojas y los ramos de flores, el mismo que reina en el Pozo del Tío Raimundo desde el jueves, como si el bombazo se hubiera llevado no sólo las vidas de muchos, sino las palabras de todos, las risas de todos. "Vas en el autobús y no se oye nada. Si acaso un suspiro", decía ayer una vecina. "El mercadillo está vacío, sólo va gente a comprar flores", añadía.
Y sin embargo, los vecinos encontraron el mejor modo de no callarse: a las siete y media de la tarde, el porcentaje de votantes del colegio Madrid-Sur superaba ya el 80%.
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