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Reportaje:MATANZA EN MADRID | Los barrios golpeados

Dolor entre Santa Eugenia y la Puerta de Atocha

Los vecinos de la barriada donde estalló uno de los trenes asesinos lucharon durante años por el ferrocarril que les unía a Madrid

"Sólo podréis matarnos". Alguien con espíritu filosófico ha fijado este pequeño cartel sobre el muro desnudo en la entrada de la estación de Santa Eugenia. Pero la mayoría de los vecinos de esta pequeña ciudad-dormitorio, a poco más de una decena de kilómetros de Madrid, lo mira de soslayo sin compartir, seguramente, tanto estoicismo. La estación de Santa Eugenia se ha convertido en el eje del barrio, punto de encuentro de concentraciones espontáneas e intercambio de historias trágicas desde el jueves pasado. De ella salieron un puñado de vecinos rumbo a la muerte la mañana del 11-M. ¿Y pensar que la línea de cercanías fue la gran conquista del barrio? "Llevo 34 años aquí, y desde el principio lo del tren de cercanías fue una reivindicación muy sentida", dice Carlos Escribano, empeñado desde el principio en la asociación de vecinos y militante de Izquierda Unida. "Para nosotros, este transporte que nos metía en el corazón de Madrid era algo clave".

El intercambiador de Santa Eugenia es, efectivamente, muy grande. Mucha gente de Arganda y otras localidades viene aquí, aparca su coche, y sigue en tren el camino a Madrid. "El metro lo tenemos un poco lejos, y la carretera de Valencia está casi siempre atascada", dice otra vecina. Así que los 34.000 vecinos de este barrio (más de la mitad de los 63.000 de la Villa de Vallecas) celebraron con entusiasmo la apertura de la línea C2. ¿Quién iba a decirles que sería un día vehículo perfecto para el terrorismo asesino?

"A todos nos ha rozado la tragedia", dice Toñi, una mujer de mediana edad que ha venido a la concentración con una amiga, Mari Mar. "Los chavales se sienten ahora muy vulnerables, no se hacen a la idea todavía". Justo enfrente de la estación se alza la alambrada del patio del colegio público Zazuar. En esta escuela estudió un tiempo Alvaro Carrión, muerto en el atentado. Tenía malas notas y decidieron cambiarle a un colegio en Madrid. Su amiga Almudena cruza entre la multitud, deshecha en lágrimas, acompañada por media decena de compañeras.

La jugada del azar

Mari Mar, otra vecina, tiene dos hijos y dice que de todas partes le han llegado noticias de la tragedia. "Mi hija trabaja en una peluquería y una de las clientas estaba ese día diciendo que no encontraba al marido, y parece que es uno de los muertos". Por no hablar de los seis padres del Colegio Ciudad de Valencia que perdieron la vida. "Aunque no murieron aquí. Muchos iban en el tren que explotó en El Pozo o en los de Atocha", dice Toñi. "Así son las cosas. Hay gente que coge el tren todos los días y se ha salvado y otros que era la primera vez que lo cogían y han muerto".

Hay centenares de personas concentradas frente a la estación en este improvisado homenaje a las víctimas de los atentados del 11-M. "No está organizado, es una cosa bastante espontánea, de la asociación de vecinos y de la comunidad de propietarios y hasta del Santa Eugenia Club de Fútbol", dice Escribano, con los ojos ocultos tras gafas negras. Hay jóvenes y ancianos, familias con los hijos pequeños, chicas de los colegios próximos, parejas jóvenes. "Pero, ¿quienes son los terroristas?", pregunta con energía Pablo, de cinco años. "Le he dicho que los terroristas son peores que los gamberros", dice su madre, Isabel, de 34 años. "Está muy impresionado dice que quiere ser policía para detener a los gamberros". A un lado de la avenida de Santa Eugenia, justo enfrente de la estación, la gente ha construido un pequeño memorial dedicado a las víctimas. Hay carteles reclamando la paz, carteles condenando el terrorismo, y alguno que se pregunta por el origen de los atentados: "¿Quién ha sido?". Uno, incluso pide la pena de muerte. Por encima de los ramos de flores y las velas rojas alguien ha colocado un retrato de Jesús Nazareno con su corona de espinas. Y una mano discreta ha depositado un folio blanco que sólo lleva escrito un nombre: Julia. El memorial, repleto de dedicatorias y condenas, es casi idéntico, a los que se han ido colocando, desde el jueves, en la estación de Atocha. Allí, uno de los más modestos, colocado en la rampa que baja hacia la calle Téllez, donde estalló uno de los convoys asesinos, está dominado por un letrero grande. "Algún día pagaréis lo que habéis hecho. No a ETA, No a la guerra, No a Al Qaeda. Que las víctimas descansen en paz". El cartel tiene un epígrafe que parece añadido a última hora. "Gobierno mentiroso".

No hablan del Gobierno, sin embargo, la mayoría de los letreros espontáneos, redactados con rotuladores de colores, que decoran los cristales del módulo de acceso a la estación de Atocha. Uno dice, escuetamente, "Somos alumnos de Cristina Roca y no queremos terrorismo". En la planta inferior se va reanudando la actividad. En el suelo, junto a una de las cristaleras del inmenso vestíbulo, se consumen decenas de velas rojas que alumbran folios con dedicatorias, pequeños textos de recuerdo a los muertos, de amigos, compañeros, simples conocidos y hasta desconocidos quehan querido dejar una nota. Muchas menciones a la paz, muchas condenas al terrorismo. "Es una desgracia terrible", dice Marisa Méndez, una mujer madura, madre de siete hijos. "Ese día me volví loca. Me llamaron mis dos hijas que están en Irlanda, horrorizadas, y mi marido, que estaba en el trabajo. Menos mal que el pequeño, que se examina en El Pozo, estaba en casa en ese momento".

Velas encendidas

Beatriz Sánchez ha venido a la estación de Atocha con sus padres y su hermana. "Queríamosprender unas velas, por solidaridad", dice. Esta mujer de 25 años, ha aprovechado también para sacar unas fotos de la escena. Las velas encendidas, las notas de recuerdo a las víctimas, algunas con una pequeña foto, las flores que desprenden ya olores funerarios. "Me gusta la fotografía y quería tener un recuerdo de un acontecimiento trágico como este", explica.

Varios extranjeros se arrodillan ante la lista, dramáticamente larga, de las víctimas. Quizás buscan a alguien. Un hombre se levanta corriendo y se aleja llorando. Fernando Quilis, un chico alto con barba morena, se acerca también a la lista, aunque no busca a nadie. "Una temporada estuve yendo a El Pozo, precisamente los jueves, porque iba a una oficina de empleo, pero hace tiempo que no voy". En realidad, reconoce que no pensaba venir, pero, "estaba en el museo Reina Sofía y he sentido la necesidad de cruzar a la estación". Quería ver las dimensiones del dolor y hacerse una idea de las dimensiones de la tragedia.

Flores y velas depositadas por los ciudadanos en la estación de Atocha en memoria de las víctimas.
Flores y velas depositadas por los ciudadanos en la estación de Atocha en memoria de las víctimas.MIGUEL GENER

Un senegalés en la periferia

Ablaye Kebe habla poco español, pero lo justo para decir una y otra vez "es muy duro, es terrible". Lo dice cuando mira, a través de la verja metálica, a las vías de la estación que ahora le parecen siniestras. Kebe es un senegalés de 33 años que lleva tres en Madrid.

"Vivo aquí al lado", dice, señalando la avenida de Santa Eugenia, silenciosa ahora que la concentración de vecinos se ha disuelto. No conoce a mucha gente, pero una de sus amigas resultó herida en uno de los atentados múltiples. "Es mucho dolor", reflexiona como para sí. "Es que yo voy en este tren todos los días a las ocho o las nueve". ¿Trabaja en Madrid? Kebe, sonríe un poco atemorizado. "Estoy en la calle, vendiendo", dice. Será por la tragedia pero parece haber perdido el miedo a su situación personal. En cuanto el tren vuelva a circular -de momento atraviesan las vías sólo mercancías de larga distancia- volverá a su puesto en la calle. Quizás cerca de Atocha, o en cualquier otro punto de la ciudad. Ablaye Kebe lee las pancartas colocadas en el muro, y mira a las vías. "Volveré a coger el tren", dice. Igual que los demás vecinos que no quieren arriesgarse a los atascos. El miedo les durará un tiempo, sobre todo a los que vivieron de cerca la tragedia. Gente como el vecino que se dio de bruces con la explosión cuando metía el billete en la máquina para entrar en la estación, o como el que se subió al tren y terminó el viaje en El Pozo.

"Son peor que malos"

Una mujer madura, vestida con un chaqueton granate llora ante uno de los memoriales dedicados a las víctimas, en la estación de Atocha. "Son peor que malos", dice entre dientes, a propósito de los terroristas. "Yo les rociaría con gasolina y les prendería fuego", dice en voz alta, y agrega, "con Franco estas cosas no pasaban". "Sí que pasaban", responde una anciana al pasar, y las dos se enzarzan en una breve discusión, ante el silencio de la mayoría.

En Atocha hay más silencio y conmoción que otra cosa, pero entre la multitud que contiene las lágrimas se cruzan también, de forma escalofriante, representantes de las dos Españas del pasado. En la puerta de acceso,una mujer mayor, rompe de pronto en improperios contra el Gobierno. "Estos muertos son culpa de Aznar, son culpa del Gobierno, porque los muertos son obreros, y ellos no trabajan, son un gobierno de ricachones", exclama a gritos. Nadie responde, ni para sumarse a las críticas ni para oponerse a ellas. La mujer da media vuelta y se marcha en medio del silencio.

Mas interés despierta un quiosco instalado en el centro del paseo de la Infanta Isabel, al lado de los almendros que ya han florecido. Unos chavales madrileños han puesto a la venta camisetas-recuerdo de la tragedia. Atocha. 11-M es el lema y de momento se venden como rosquillas. "Se nos ocurrió como homenaje a los muertos", dice uno de ellos.

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