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MATANZA EN MADRID
Columna
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Josep Ramoneda

1. El sólo hecho de que cualquiera de las dos opciones -ETA o Al Qaeda- nos pueda parecer verosímil es de por sí significativo. Da cuenta de que hemos integrado en nuestros razonamientos la expansión de la violencia nihilista, como un fenómeno capital de este principio de siglo. La destrucción como fin en sí, como demostración, por parte del que la ejerce, de que todo le está permitido. Y que, por tanto, no hay ningún límite, ninguna idea de pudor, que actúe como cordón de seguridad. Como gesto de omnipotencia que se agota en sí mismo: el terrorista alcanza en este gesto su plenitud. De ahí que el terrorismo suicida sea una consecuencia natural de la violencia nihilista. Al Qaeda ha hecho el salto al terrorismo de destrucción masiva. Siempre que alguien sube el listón de la violencia, inmediatamente otro empieza a soñar en superarlo. Y en los siniestros caminos subterráneos del terrorismo internacional circulan armas, dinero, pero también emulación y mimetismo. Aunque la magnitud de la masacre remitiera inmediatamente al estilo Al Qaeda no hay ninguna razón "a priori" para que ETA no hubiese podido hacerlo. En realidad, lo había querido en otras ocasiones. La autoría, por tanto, sólo la pueden dar de forma definitiva las pruebas. Por eso hay que ser muy exigente con los gobernantes que tienen que aportarlas. Porque no sería admisible convertir una hipótesis en versión definitiva por el sólo hecho de ser verosímil.

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2. Que tanto Al Qaeda como ETA hayan podido hacerlo no quiere decir que no sea relevante que lo haya hecho una u otra. Aznar se equivoca al descalificar -según su estilo- a todos aquellos que negamos que todos los terrorismos sean una misma cosa. No lo son. Y esta amalgama es un error de análisis que condiciona las políticas de respuesta al terrorismo. ETA es una organización terrorista de ámbito fundamentalmente español, vinculado a una cuestión concreta: la independencia del País Vasco. Al Qaeda es una red internacional en forma de franquicia que ampara a una serie de grupos más o menos autónomos. Si el atentado fuera obra de ETA estaríamos en una nueva fase de un problema que concierna principalmente a España. Una fase que se caracterizaría por un mayor aislamiento de la organización terrorista, porque -como entendió enseguida Otegui- ni el propio entorno abertzale podría asumir tal masacre; y por una mayor colaboración internacional. Si el atentado ha sido obra de Al Qaeda este país entra en una dimensión desconocida. El marco español quedaría desbordado por la dimensión global del problema. Y así lo entendieron los países europeos que mandaron ayer a representantes de máximo nivel. Sobre la unidad antiterrorista planearía la tremenda sombra de una guerra a la que la mayoría de la población no quería ir. La angustia ciudadana se multiplicaría al saber que una organización de este tipo ha penetrado en nuestras ciudades. Y no podemos olvidar que hay bases para ello porque que aquí se tomaron las últimas decisiones antes del 11-S. El país debería asumir decisiones nada fáciles de convertir en consenso activo.

3. Me resulta especialmente incómodo estos días la sensación, en los discursos políticos, en los medios de comunicación e incluso en las conversaciones con amigos y conocidos, de que cada cual tiene su autor favorito. La búsqueda del autor tiene siempre una función expiatoria. Saber quien lo ha hecho ayuda a desdramatizar la situación. Pero en este caso los argumentos de principios pueden más que las pruebas y asistimos a la patética situación en que por razones espúreas unos quieren que sea ETA y otros que sea Al Qaeda. Bajo el impacto del terror es difícil adivinar como se traducirá en votos la reacción emocional de los ciudadanos. Pero el gobierno parece empeñado en que sea ETA (y con él su entorno mediático) mientras que en algunos sectores de la oposición parece como si se deseara que fuera Al Qaeda, en unos cálculos ventajistas que están lejos de ser demostrados.

Es cierto que este hecho puede tener una lección positiva: la gente que así reacciona, los progres que con toda seguridad te dicen que no hay ninguna duda de que es Al Qaeda o las gentes próximas al gobierno que hacen caso omiso a cualquier signo que descarte ETA, están pensando ya en la normalidad, en que las elecciones se desarrollen como se habían desarrollado, en que el país siga adelante sin dejarse amedrentar. Y las pequeñas miserias forman parte de la cotidianeidad humana. Aunque en días de luto la codicia resulte obscena.

4. Al Gobierno corresponde llevar la investigación. Entiendo perfectamente la dificultad de la tarea. Y no podemos olvidar el factor humano. El tremendo impacto emocional que el gobierno, como todo el país, acaba de sufrir. En algunas de sus intervenciones se les percibe claramente aturdidos y desbordados. Y es perfectamente natural. Para Aznar el impacto psicológico ha de ser terrible. Ocho años preparando minuciosamente su salida. Y, a tres días de que se conozca su sustituto, el terrorismo -la prioridad absoluta de su período de gobierno- lo arruina todo. El gobierno merece comprensión, pero al mismo tiempo exigencia. A los medios de comunicación corresponde la dura tarea de marcar estrictamente al gobierno para que no tenga ni la menor tentación ventajista. Es una responsabilidad desagradable pero ineludible. En estos momentos, la confianza con quienes gobiernan es fundamental. Y sólo el gobierno puede hacerse acreedor a ella. Cualquier sospecha, cualquier indicio de que se entretiene la información por razones electorales sería muy grave. Si el gobierno la próxima semana cambiara el relato que está sosteniendo ahora los problemas de gobernabilidad podrían ser muy serios. Una sombra podría acompañar al nuevo presidente durante toda la legislatura.

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