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MATANZA EN MADRID | Los escenarios de la tragedia

El azar libró de la muerte a muchos usuarios del tren

Un cambio de hábito o un simple retraso impidió a algunos subir al trágico convoy

Carmen Pérez-Lanzac

Manuel Vilchez, de 28 años, vive en Alcalá de Henares, y desde el jueves pasado no se puede creer su suerte. Los martes y los jueves, este empleado de la auditora Deloitte, suele entrar en su oficina de Nuevos Ministerios a las 8 de la mañana para asistir a clases de inglés. Para llegar a esa hora se levanta a las seis de la mañana y coge el tren entre las siete y las 7.15. Sin embargo, el miércoles Manuel y su mujer estuvieron viendo la final de La selva de los famosos, el programa de Antena que presentan Nuria Roca y Paula Vázquez, y se acostaron tarde. Ese día Manuel se quedó frente a la televisión hasta pasadas las dos de la madrugada. Por eso, cuando sonó el despertador a las seis de la mañana, Manuel ni siquiera lo oyó. "Lo apagué sin darme cuenta", confiesa. De no haber sido así, habría subido en uno de los cuatro trenes que sufrieron los ataques terroristas.

Como él, otros muchos madrileños salvaron sus vidas por los casualidad. Ese mismo jueves sangriento, David Fernández, de 29 años, vecino de Santa Eugenia, salió de su casa más temprano de lo habitual. Calcula que serían entre las 7.20 y las 7.30 de la mañana. En el portal del edificio se cruzó con una vecina, María, de su misma edad. Se saludaron -"hola, buenos días"- y cada uno siguió su camino: el, hacia la parada del autobús; y ella, hacia la estación de cercanías del barrio. Horas más tarde, María era atendida en el hospital Doce de Octubre de las quemaduras que sufrió a causa de una de las detonaciones. David procuraba no pensar en qué hubiese podido pasarle si "por azar" no hubiese escogido viajar en autobús.

Una hora más tarde

Otra de sus vecinas, Laura Guerrero, una estudiante de medicina de 23 años, tuvo una suerte similar. Laura está haciendo las prácticas en el hospital de La Paz, y todos los días coge el cercanías en Santa Eugenia sobre las 7.40 de la mañana. El jueves, sin embargo, las prácticas, en vez de hacerlas en el hospital, estaban programadas en el Instituto Anatómico Forense. La cita era una hora más tarde. Así que Laura pudo contestar al teléfono cuando su novio la llamó con el corazón en vilo y supo el horror que se estaba viviendo en Atocha.

Los hermanos Minaya también tuvieron su día de suerte. Alberto, un consultor de 29 años, y Reyes, una auditora de 25, cogen juntos entre semana el tren que sale de Santa Eugenia sobre las 7.35. El jueves, sin embargo, Reyes se hallaba de viaje en Pontevedra, y su hermano, al no estar ella en casa, retrasó su salida en diez minutos. Camino hacia la estación, Albertó oyó la detonación del tren de cercanías que en ese momento entraba en la estación de Santa Eugenia. Dio media vuelta... y de regreso a casa se cruzó con varios vecinos corríendo en pijama hacia la estación para buscar a sus familiares. Había salvado su vida. Para él como para otros muchos, el 11 de marzo un día de suerte.

Un grupo de viajeros, en una estación de la línea C-2.
Un grupo de viajeros, en una estación de la línea C-2.BERNARDO PÉREZ

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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