En procesión hacia el horror
Cientos de ciudadanos observan los restos del tren en la calle de Téllez
Ni la fina pero insistente lluvia que cayó ayer por la mañana en Madrid impidió que los ciudadanos acudieran al lugar de la tragedia como gesto de homenaje a las víctimas de los atentados. Frente a la Junta de Distrito de Retiro y a los antiguos cuarteles de Daoiz y Velarde, están las vías que llegan a Atocha. Allí, como un animal herido de muerte, con la panza reventada, está todavía el tren de cercanías número 21431, en el que cuatro bombas estallaron a las 7.42 de la mañana del jueves matando a 64 personas.
Desde la estación de Atocha hasta esa zona, cientos de ciudadanos van como en procesión a presenciar el lugar de la tragedia. "Es la única forma que se me ha ocurrido de mostrar mi solidaridad con las víctimas", decía ayer Sonia, de 25 años. "Es la única razón que encuentro para estar aquí ahora". Todos van con el rostro muy serio. La mayoría, solos. Llegan al lugar desde el que se ven los restos del tren que una grúa ha dejado a un lado de la vía. La imagen, vista en directo, es mucho más acongojante que desde el televisor. Prácticamente no hay comentarios entre quienes se acercan hasta allí. Miran con rabia, con tristeza, con incredulidad, y más de uno, como para guardar un recuerdo de tanto horror, saca su cámara de fotos y toma una imagen de los vagones destrozados.
El todavía no inaugurado polideportivo construido en el antiguo cuartel de Daoiz y Velarde continúa vacío. Solamente unos plásticos dispersos aquí y allá están tirados por el suelo de madera del edificio. El mismo que sirvió el día de los atentados como primer hospital de campaña por su cercanía al lugar de las explosiones. Ayer, el edificio estaba desierto. Los viandantes que transitaban por la avenida de la Ciudad de Barcelona, que discurre paralela a las vías del tren, pero separada de ellas por una manzana de edificios, andaban deprisa intentando evitar la lluvia. Al llegar a la intersección de la calle de Téllez y mirar hacia las vías sufrían un frenazo en seco. Allí, al fondo de la calle estaba la prueba de que la catástrofe había tenido lugar: el tren destrozado.
Sara, dependienta en un quiosco de prensa de la estación de Atocha, vive en la calle de Delicias. Sabe bien que todo aquello ocurrió. "Creí que la ventana de mi habitación se me iba a venir encima, que las paredes se iban a caer. No fue la primera explosión, que fue seca y como más despacito. Fueron las otras dos las que casi me tiran la casa abajo". Por la calle, como demostración clara de que la vida continúa, unos 15 chicos de entre 18 y 19 años, iban hacia la Puerta del Sol para mostrar su pancarta: "Nunca más. No a la violencia".
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