Reagan y Bush: la continuidad
HAY UNA continuidad básica entre la revolución conservadora de Reagan y los neocons de Bush. Ello se manifiesta, por ejemplo, en el tratamiento de los impuestos. Krugman entiende que el reaganismo era un proyecto más ideológico, mientras los neocons están trufados de intereses económicos. Reagan propuso grandes recortes en la tributación de los ricos y no escondió el hecho de que sólo sería posible esa reducción si se aceptaba la teoría de que aumentando la oferta de dinero se incentivaba la economía.
Sin embargo, cuando Bush propuso un plan similar desvirtuó su contenido por completo: quiso aparentar que se trataba de una disminución de la carga tributaria dirigida sobre todo a la clase media, y declaró que sería compatible con un presupuesto responsable. Sólo se necesitaron algunos cálculos para demostrar que las dos afirmaciones eran falsas.
Bush presentó un recorte de impuestos que destrozaba el presupuesto y generaba un inmenso déficit público. Asimismo otorgaba a los acaudalados el grueso de sus beneficios como si fuera un modesto plan para devolver unos ingresos innecesarios a las familias corrientes. Después, cuando los números rojos empezaron a multiplicarse se envolvió a sí mismo y a su política en la bandera nacional, atribuyéndoles a los malvados terroristas y a fuerzas fuera de control la culpa del descontrol de las cuentas públicas.
Luego llegó la tercera parte de la operación. ¿Cómo volver al equilibrio?, ¿qué era lo que había que sacrificar?: las pensiones. El oráculo de esa propuesta fue el republicano Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal. Lo que Greenspan no permitió a Clinton y a los demócratas se lo dio con creces a Bush y a los neocons. ¿Qué economista sensato hubiera defendido bajar los impuestos con déficit y en medio de una guerra como la de Irak?
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