Política y espectáculo
Las escandalosas noticias publicadas por la prensa en torno a la actuación de la subsecretaría de Cultura no han provocado excesiva sorpresa. Quienes hemos seguido la política del departamento durante los años pasados esperábamos que, en un momento u otro, se llegara a este punto. Es lo que suele ocurrir cuando se gobierna de manera atropellada. Sin duda, la voluntad de doña Consuelo Ciscar ha sido excelente, pero es manifiesto que le ha faltado reflexión en la tarea. De haberla tenido, es probable que hubiera ponderado más algunas empresas que acometió con una alegría excesiva y hubiera elegido mejor sus compañías. Claro está que todo ello le habría obligado a renunciar al titular llamativo en los diarios que ha sido, a fin de cuentas, el objetivo principal de su política.
El resultado de esa labor, en la que se han invertido millones de euros, es un sinnúmero de exposiciones y actos que apenas han dejado memoria entre los valencianos. En cambio, una idea notable como la del Consorcio de Museos, no ha llegado a cumplir la misión para la que se concibió. Si hubiéramos de juzgarla por lo que se ha visto en Alicante, no podríamos darle nuestra aprobación. Al Consorcio de Museos le ha faltado criterio, continuidad, planificación en las exposiciones. Le ha faltado, en suma, ganas de hacer cosas y, sobre todo, ganas de hacerlas bien. A la vista de lo realizado, uno diría que la máxima preocupación de sus responsables era contabilizar las exposiciones en la memoria del ejercicio. Y así, claro está, no hay manera de construir una política cultural.
Otro tanto cabe decir de la discutida Bienal de Valencia. Desde su comienzo, con el nombramiento de Settembrini como comisario, la Bienal estuvo en entredicho. Todas las dudas que se formularon entonces sobre su elección -ahí están las palabras que pronunció Eduardo Arroyo al respecto-, se han visto confirmadas. Hoy sabemos, por las cifras publicadas, que la Bienal ha supuesto un gasto que es injustificable para su rendimiento. Las palabras exculpatorias de Font de Mora son comprensibles por tratarse de un hombre del Gobierno, pero resultan difíciles de compartir. El provecho de la Bienal no es impresionante, como él afirma. Al contrario. Font de Mora sabe, o debería saberlo porque es su obligación, cuál es el juicio que merece el espectáculo en el mundo del arte. Por eso han debido pagar a los comisarios unas minutas que ningún museo del mundo se habría permitido.
Pero sería injusto culpar en exclusiva a doña Consuelo Ciscar del desaguisado. A fin de cuentas, ella no ha hecho más que añadir unas gotas de temperamento a la manera habitual de gobernar durante los últimos años. Es innegable que su personalidad le ha dado al asunto unos toques más llamativos, incluso espectaculares en algún momento. Pero, en el fondo, su conducta no ha sido muy distinta de la mantenida por los sucesivos responsables de Educación, Sanidad o Industria. Si algún día llegan a conocerse con detalle las cuentas de estas consejerías -lo que, previsiblemente, jamás sucederá- comprobaremos cómo los resultados han sido similares. Una personalidad tan arrolladora como la del anterior jefe del Consell tenía, por fuerza, que imprimir carácter en sus colaboradores.
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