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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El 'efecto Hollywood'

El título de esta crónica no es mío. Se lo he tomado prestado a Miquel Garcia. Él es un alumno aventajado de la escuela Úbeda-Escribano. Ya saben: Vides privades, Les coses com són, Bellvitge Hospital, Jutjats, Veterinaris... Y ahora manda mucho en TV-3. Se acaba de estrenar como responsable de documentales de la cadena. Casi nada. Posee Garcia una gran perspicacia para captar la esencia de los momentos. Periodista al fin y al cabo. Y en la noche del pasado martes me volvió a demostrar esa fantástica capacidad en la animada fiesta de Balseros. Estábamos en la sala Luz de Gas celebrando el "no Oscar" al documental -como lo llamó, con humor, Francesc Escribano, el director de TV-3- y Garcia, con una caña de cerveza en la mano -los mojitos, que hubieran sido más apropiados, escaseaban-, dio en la diana al describir el ambiente de felicidad que allí se estaba viviendo. "Es el efecto Hollywood", resumió. Y se explicó: "Yo lo comparo con el efecto Lula. Del mismo modo que el presidente de Brasil ha ilusionado a su país y a medio mundo, la candidatura de Balseros a los Oscar nos ha estimulado a todos los que trabajamos en TV-3. Han desaparecido las rencillas, las envidias, los malos rollos..., y se ha apoderado de nosotros un sentimiento muy guapo. Ha sido como recibir un premio a la manera como hacemos las cosas, a la marca de la casa".

En la fiesta de 'Balseros', arropando a Carles Bosch y a Josep Maria Domènech, estaba el todo TV-3

Pues sí, arropando a Carles Bosch y a Josep Maria Domènech estaba el todo TV-3. Porque los reporteros son dos de los suyos y encima buena gente. Balseros no ganó el Oscar, ¿y qué? La gesta de llegar hasta Hollywood bien valía la juerga.

La sala estaba decorada con una bandera cubana y otra estadounidense anudadas: magnífica síntesis escenográfica del mensaje solidario de la extraordinaria película que han hecho Bosch y Domènech. Alguno bromeó con la simbología. "¡Qué susto! Al principio sólo he visto las barras y las estrellas y he creído estar en un mitin de Bush", provocó el travieso Ángel Sala, director del Festival de Sitges y programador de cine de TV-3, a Escribano, después de que éste lo saludara, guasón, con un "¿Qué pasa, Matrix?", sabedor del gusto del interlocutor por la ciencia-ficción.

En el escenario, el combo que suele acompañar a la cantante Lucrecia, autora de la bella música del filme, marcaba el ritmo cubano. Se arrancó con El cuarto de Tula -¿recuerdan? Aquel "que le cogió candela, se quedó dormida y no apagó la vela"-, una de las canciones de Los 40 Principales del repertorio de los espléndidos músicos callejeros de La Habana, y recorrió durante la velada los sones más conocidos. En una gran pantalla, justo al lado, podían verse imágenes del documental mezcladas con otras tomadas en Los Ángeles al ufano equipo de Balseros en los días previos a la gala de los Oscar. Impagables los rostros de satisfacción de Escribano y de Loris Omedes, el otro productor de la película, vestidos como para ir de boda y sacando medio cuerpo por la ventanilla cenital de una imponente limusina negra. Y naturalmente, las caras de Bosch y Domènech plantados en el centro del firmamento hollywoodiense, posando para la posteridad al lado de Charlize Theron, Sofia Coppola, Benicio del Toro, Clint Eastwood...

En Luz de Gas, oficiaron seis hombres, cinco de ellos habillados a la moda Bargalló, o sea, sin corbata, y el sexto, el jefe supremo de la televisión catalana, Joan Majó, con ella. Joan Salvat, director de 30 minuts -programa en el que se han forjado no sólo Bosch y Domènech, sino también el propio director de la cadena-, presentó. Escribano evocó la noche del Kodak Theater y, orgulloso, lanzó: "

[Los actores y directores presentes en los Oscar] pueden ser más guapos y más altos que nosotros, pero no más buenos".

Omedes arrancó las carcajadas de la audiencia al sacar del bolsillo trasero de su pantalón un trozo de la alfombra roja de las estrellas que chorizó en un descuido de los vigilantes del sagrado templo del glamour. "Por cinco euros, os dejo pisarla, y a las parejas les hago precio especial: sólo cuatro", anunció mientras los mitómanos se frotaban las manos. El joven productor reconoció que le había costado bajar de la nube a la que le había subido Balseros: "Esta mañana, cuando llevaba a mis hijos al colegio en el autobús, pensé: 'Qué curiosa es la vida: hace unos días iba en limusina y ahora en el 64".

Bosch, el hombre que habla, y Domènech, el hombre que mira, ya que no pudieron hacerlo el pasado 29 de febrero, simularon la otra noche haber logrado la estatuilla y representaron, ya más relajados y tranquilos que en el Kodak, la liturgia de los agradecimientos. La diferencia estribaba en que, junto a ellos, en lugar de Alec Baldwin estaba Joan Majó y los del público todos eran amigos, y de haber podido votar ellos en lugar de quienes lo hicieron, el tío Oscar habría cruzado el Atlántico. Majó cerró los discursos animando a "volver a la fiesta" y, como es el jefe, todo el mundo le obedeció.

Fue una noche bonita. Y aunque no se vio por allí ni a Óscar, ni a Rafael, ni a Míriam, ni a Guillermo, ni a Juan Carlos, ni a Misclaida, ni a Méricys, estuvieron los siete, lo prometo. ¡Ah! y no se pierdan Balseros. Todavía pueden verla en el cine Nàpols. Merece la pena.

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