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LA CRÓNICA | ELECCIONES 2004
Columna
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Conjuros y cuentas electorales catalanas

Soledad Gallego-Díaz

La gran novedad de estas elecciones en Cataluña es, sin duda, Esquerra Republicana. Del resultado que obtenga el 14 dependen muchos efectos secundarios en la vida política española y específicamente catalana. En el PSOE, por ejemplo, cruzan los dedos para conjurar la posibilidad, por remota que sea, de que ERC consiga su propio grupo parlamentario. José Montilla, el dirigente de los socialistas catalanes, está casi seguro de que Carod no lo conseguirá, pero no niega que, en caso contrario, se producirá un efecto lateral de envergadura: el PSC luchará también por tener su propio grupo, independiente del PSOE. Son problemas para el día 15, pero aquí las posibles combinaciones ocupan ya todas las charlas.

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Cada partido catalán anda ya calculando en qué cifrar su mayor o menor éxito (nunca hablan de fracaso) en la noche electoral. ICV, con su joven candidato Joan Herrera a la cabeza (probablemente una de las mejores adquisiciones que experimentará el grupo parlamentario de IU en el Congreso), necesita simplemente mantener su resultado de las autonómicas.

El PP lo tiene claro: su piedra de toque sería quedar por delante de CiU y convertirse en la segunda fuerza política de Cataluña. Se trataría de un excelente resultado para Josep Piqué y, además, se lo podría adjudicar casi en solitario. Si no lo logra, quedará por el contrario en una posición de debilidad dentro del PP, sometido a la línea de Mayor Oreja y a su negativa a renegociar los estatutos de autonomía.

Esquerra no podrá cantar victoria si no llega a los 549.000 votos que consiguió en las autonómicas. Carod ha planteado estas elecciones como un plebiscito a su actuación en la crisis de ETA y confía en capitalizar una especie de antiguo espíritu de ruptura democrática y en presentarse como el auténtico jefe de la reacción contra el PP.

En sus filas no todos coinciden: unos aseguran que llegarán a ocho diputados y que Carod será un estupendo parlamentario en Madrid, preparándose para su regreso a Cataluña en año y medio. Otros, por el contrario, temen que no pasarán de cinco escaños, un resultado bueno pero nada apropiado para saciar las ansias de protagonismo de un secretario general absorbido por el Grupo Mixto y con dos minutos por pleno.

Para los socialistas catalanes, lo ideal es volver a superar el millón de votos y seguir siendo el principal partido de Cataluña. Un buen resultado (17 escaños), afirman, legitimaría no sólo a Pascual Maragall y al PSC sino el Gobierno tripartito en su conjunto.

Lo curioso de la crisis de Carod es que casi todos los políticos catalanes, de una ideología u otra, creen que Maragall ha salido reforzado cara al Gobierno. También coinciden en otra cosa: Montilla, el primer secretario del PSC, un cordobés que habla catalán con un ligero acento castellano y que tiene fama de ser uno de los políticos más enigmáticos del país, se ha ganado con su actuación en esta crisis el reconocimiento de la sociedad más catalana, o para decirlo con las palabras que a ellos les gustan: la sociedad catalana "con raíces más antiguas". Él sera, sin duda, una de las grandes novedades, y quizás sorpresa, socialista en el Congreso en esta legislatura.

El grupo que parte de un escenario más comprometido es CiU, que ha perdido la imagen de única defensora del nacionalismo catalán. La clave ahora es que no exista una mayoría absoluta y que sus votos (o su abstención) sean imprescindibles para elegir al presidente del Gobierno. El problema para Duran y para CiU es que estas elecciones tienen dos etapas: la del 14, y la que se abrirá el mismo día en que el Parlament envíe a Madrid su proyecto de nuevo estatuto. En ese momento, CiU estará de nuevo bajo los focos.

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