Final de trayecto
Su carencia de gol pierde a la Real Sociedad en Lyón tras un partido bien planteado y bien jugado
Final de trayecto. La Real Sociedad se bajó del tren después de un buen viaje, pero con la sensación de que le faltan algunas cosas para vivir en Europa. Por ejemplo, el gol. Le sobra voluntad y ayer hasta se desplazó con elegancia. Pero el fútbol es algo más que diplomacia, entrega y fe. Es gol. La Real tuvo fe y tenía razón para ello. Porque resulta que sí había partido y, por tanto, eliminatoria. Que el equipo de toque, precisión, velocidad y movimiento que era el Lyón se había convertido en un grupo lento, estático, obtuso, con una sola jugada en la cabeza: los pases largos a Govou y Luyindula. Una jugada, por repetida, previsible; hilvanada siempre con lentitud y anunciada siempre con la cintura. Y todo, porque la Real, escarmentada de la ida, había juntado líneas, con un 4-1-4-1, reduciendo los espacios y convirtiendo el centro del campo en un atasco en el que resultaba imposible correr. Entonces, más que velocidad, hacía falta creatividad y Juninho, el encargado de tal misión, se llegó a desesperar tanto que incluso se permitió el lujo de dar un gorrazo en el medio campo, impropio de su pensamiento futbolístico.
OLYMPIQUE 1 - REAL SOCIEDAD 0
Olympique de Lyón: Coupet (Vercroute, m. 15); Deflander, Edmilson, Müller, Malouda; Essien, Juninho, Diarra, Govou, Dhorasoo (Berthod, m. 86); y Luyindula (Elber, m. 82).
Real Sociedad: Alberto; López Rekarte, Jauregi, Schürrer (De Paula, m. 84), Potillón; Xabi Alonso; Karpin, Aranburu (Nihat, m. 60), Alkiza, Gabilondo (De Pedro, m. 60); y Kovacevic.
Gol: 1-0. M. 77. Juninho pasa en profundidad por la izquierda a Luyindula, que le devuelve el centro hacia atrás para que el primero remate y el balón entre en la meta tras pegar en el poste.
Árbitro: Mike Riley (inglés). Amonestó a Edmilson, Karpin, Jauregi y Schürrer.
39.000 espectadores en el estadio Gerland de Lyón. 3.000 aficionados de la Real. El equipo francés pasa a cuartos por el global de 2-0.
La Real había entrado en el partido, y en la eliminatoria, desde el minuto 1. Xabi Alonso, de nuevo medio centro al estilo más clásico, se encargó de guiar a sus muchachos por el buen camino, sin prisa, pero con tacto. Hacía mucho tiempo que no se parecía a Guardiola en lo que pensaba, en lo que hacía e incluso en cómo lo hacía. Hasta la forma de golpear el balón a media distancia resultaba un calco del catalán. Distribuía el balón que robaban con ansiedad sus escuderos, Alkiza y Aranburu. Por detrás, la aparición de Jáuregui resultó portentosa. Luyindula, el nuevo valor del fútbol francés, sintió siempre su aliento y su dureza, obligándose a jugadas trompicadas, a buscar la portería entre un bosque de piernas en vez de por los espacios vacíos que acostumbra.
La Real había recuperado en Lyon el orden y la eficiencia, pero mantenía intacta una de sus carencias: el gol. Eso, más que prepararlo, se tiene o no se tiene. Y no lo tuvo Alkiza en un disparo franco que rozó el poste; ni Gabilondo, que quiso centrar cuando debió tirar. Quizás le pudo la falta de confianza. De Kovacevic, como viene ocurriendo en muchas jornadas, no hubo noticias.
El Olympique sólo tuvo dos momentos de inspiración en 45 minutos, un récord para un equipo tan intuitivo. Un contragolpe de Juninho que resolvió Govou con una lentitud y una obcecación alarmantes y una volea de Essien que detuvo Alberto.
Antes de la media hora, al Olympique le pudo el instinto conservador. No era una táctica preconcebida, sino un ejemplo de impotencia. Cuando jugar se hace difícil, cuando el partido se pone arisco, la tendencia a rehuirlo es obvia en algunos equipos y, al parecer, es uno de ellos: echó el freno de mano, paró el motor y decidió descansar un rato viendo correr las agujas del reloj. Era una fruta madura que le ofrecía a la Real la oportunidad de soñar, de invertir los papeles, de agarrarse al futuro. Pero sin gol no se vive y la Real malvive por eso. Por eso el Olympique, que había perdido la confianza, no perdía la paciencia; porque se sentía seguro en un partido que moría muy a menudo en las áreas mientras el reloj iba dictando sentencia.
Raynald Denoueix se jugó sus últimas balas. Metió a Nihat, en busca de capacidad para la sorpresa, y a De Pedro, en busca de un centro salvador. Despobló un poco el medio campo y eso le permitió crecer al Olympique, que ya tenía más sitio para moverla como le gusta, para correr como acostumbra. Pero la Real necesitaba artillería y debía matar o morir.
Y murió de la manera más dolorosa posible. Xabi Alonso se sacó uno de sus clásicos cabezazos, llegando de atrás, sin miedo, con potencia, con altura. El balón se iba a la escuadra, pero Deflander lo sacó del rectángulo de la portería. Probablemente ese gol significaba la prórroga y comenzar de nuevo el trayecto. Pero tres minutos después el tren de la Real descarriló por un costado. Luyindula se escapó por piernas y Juninho la envió a la red con buenas dosis de fortuna: el balón dio en el palo y luego decidió irse a la red.
Allí acabó todo para la Real Sociedad. Con mucha dignidad. Con un partido estratégicamente brillante. Pero... sin gol. Y sin gol, en el fútbol, ya se sabe, no se vive. Ni siquiera se sobrevive.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.