Votar contra la encuesta
Llegamos al final de la campaña electoral y lamentamos que en adelante ya no vamos a poder contar, por culpa de la ley, con la indispensable ayuda de las encuestas para orientar nuestra decisión ante el voto. La escasa calidad de nuestra democracia tiene como resultado que a los candidatos sólo los hayamos visto enfrentarse en las imágenes recauchutadas de los guiñoles o que conozcamos más la hora a la que se levantan que su modo de combatir el paro.
A lo largo de estos últimos días, los contendientes se han ido perfilando desde una sosera inicial hacia un nivel de moderación y corrección laudables. Todo parece, sin embargo, demasiado previsible en ellos. Kennedy dijo en una ocasión que las mejores estrategias electorales nacían de la casualidad pero no se ha dejado, en ambos campos, ni un resquicio para ella. La planificación es absoluta a pesar de iniciales estridencias.
Galbraith escribió en sus memorias que el grado de aprecio de los presidentes norteamericanos se medía de mayor a menor en la mención de sus siglas (como JFK), del nombre completo, del diminutivo (Ike) y, en fin, del apellido (Nixon). Los socialistas han empezado por la sigla o, lo que es lo mismo, por el talante de su candidato. Resulta abusivo pero acertado y eficaz: parece dificil que Zapatero proporcione grandes temores revolucionarios a nadie. Es más: ha dado suficientes indicios de la improbabilidad de un Gobierno de coalición izquierdista y ha apelado como nunca al voto de centro. Ni Almunia ni Felipe González habían sido tan explícitos. Pero los socialistas, más que el propio Zapatero, dan todavía la misma sensación que en el pasado de ir por el buen camino pero necesitar algo más de recorrido.
Rayoy ha hecho una buena campaña bajo la divisa de Wittgenstein ("de lo que no se puede hablar lo mejor es no hablar"). Es el candidato más elusivo desde 1977. Gracias a esta condición ha podido transmitir la sensación de que poco que ver con él las estridencias de sus compañeros (Trillo, Acebes, García Valdecasas) ni las determinaciones, algunas descabelladas, de un Gobierno del que fue vicepresidente. No hace campaña sino que repite sus oposiciones a registrador de la propiedad. Será presidente del Gobierno pero, por un momento, uno lamenta que no disponga de las facultades de Putin (que liquidó su Gobierno 19 días antes de las elecciones). Decidir entre estos dos candidatos, a fin de cuentas razonables, depende del diagnóstico de que se parta. El peligro terrorista o el de desmembramiento de España me parecen irreales. Con sólo tener en cuenta la mortandad comparativa por accidentes de tráfico o el grado de consenso que los redactores de la Constitución pidieron para una modificación de la misma se aprecia hasta qué punto se han desmesurado estas dos cuestiones. Más real y efectivo me parece el peligro derivado de una mayoría absoluta, incluso si se quisiera ejercer de un modo muy distinto al del último cuatrienio. Cuenta Luis Carandell en sus memorias póstumas que los trabajos de la Comisión constitucional en 1978 eran tan complicados que sólo se resolvían las discrepancias a través de enmiendas verbales pactadas en el último segundo. En una ocasión, cuando el presidente exigió el texto definitivo, oyó al fondo de la sala un "está marchando". Hay indicios suficientes -en los talantes de los dos líderes citados, pero también de Imaz- de que al final podrá oirse algo parecido.
Conceder la reválida de otra mayoría absoluta cuando parece ser necesario el acuerdo en tantas materias -desde la legislación laboral hasta la educativa, pasando por la política exterior- tendrá como consecuencia que al final no se oiga esa frase. El sentido común indica que el voto debiera inducir a ello y, por tanto, a rectificar la encuesta. El seny ha sido enarbolado como argumento por CiU después de tanta exhibición en Cataluña de la rauxa, el vicio contrapuesto híbrido de desnortamiento y exageración. Pla decía que el seny era esa virtud catalana "que huele a Farmacia". Farmacia es lo mismo que prosaísmo (porque se acude a ella en dolencias no tan graves), pero también que terapéutica eficaz. Eso, sin duda, es lo que precisa la política española.
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