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Reportaje:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo en pista cubierta

Los Mundiales más tristes

España termina la competición sin una sola medalla

Carlos Arribas

Para Marta Domínguez, la rocosa, la peleona, un clásico entre los clásicos del atletismo, el atleta es una burbuja, el atletismo es un deporte individual y nada afecta el ambiente exterior. Para Manolo Martínez, el otro clásico del atletismo español moderno, el hombre que ha convertido el lanzamiento de peso en una de las bellas artes, lo que se respira es lo que te alimenta, el pesimismo y el ambiente negativo de los compañeros hacen que se encojan los brazos, que no se estiren las piernas. Ambas tendencias filosóficas representadas por las dos figuras más solventes convergieron ayer, en la cálida pista de Budapest, en una misma impotencia. Fallaron los blandos, falló el núcleo duro y el reducto irreductible tampoco pudo ayer, el día en que un 1.500 masculino que terminó en cerca de los cuatro minutos contó con un atleta español en la cola, cambiar la tendencia al desastre. Por primera vez desde el Mundial en pista cubierta de París 97, el equipo español regresa a sus territorios sin una mala medalla que llevarse a la boca. Acudió con 32 atletas, la más numerosa y fuerte representación de la historia, volvió con cinco finalistas -uno menos que las medallas del último mundial- y una carga moral de frustración.

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Marta Domínguez terminó cuarta en un 3.000 que ella misma, amargamente, supo resumir en una frase: "Como he demostrado hoy, quien tira siempre pierde". La atleta palentina, medallista al aire libre y en pista cubierta, se encontró con que la inglesa Pavey, que le había prometido que iba a salir a tirar, se refugió en el autobús o, como mucho, se puso a su lado, porque ella, Domínguez, la que mejor sabe colocarse, la que siempre hace bambolear la cinta rosa de su pelo junto a la línea de pintura de la calle uno, a tres cuartos de zancada de quien marque el ritmo, se encontró justo ahí, en el puesto de quien marca el ritmo. Fue un suicidio inconsciente. El ritmo era lento, pero era Domínguez, una a la que le gustan las carreras vivas, que las rivales lleguen sin aliento a la última recta donde, lógicamente, se rinden a su suerte, la que lo marcaba, la que se desgastaba, la que hacía la vida más agradable a las demás. "Es que no tengo reprís", se disculpó. "Fondo, sí, tengo mucho, pero me falta velocidad". Aguantó 2.600 metros al frente, hasta que llegó el momento en que había que correr de verdad, hasta el momento en que las etíopes cambiaron, brutales, el ritmo. "Justo ahí las piernas no me dieron más", dijo Domínguez. Justo ahí, tras las inalcanzables Defar y Adere, que por este orden llegaron a la meta, se fueron todas menos Domínguez. Se fueron la rusa Zadorozhnaya y la norteamericana Culpepper. Y aunque tropezaron y la rusa se fue al suelo, y aunque Domínguez soñó con una remontada heroica en los últimos 100 metros, 50 en cerrada en curva y 50 en mínima recta, todo ya estaba perdido. "Y yo pensaba que del podio me podía echar la rusa, pero se me metió la americana", dijo. "Y cuando fui a por ella ya estaba muy lejos. Y superarla en una recta tan corta era una tarea imposible".

Manolo Martínez se arriesgó en el primer lanzamiento, como había prometido, lo hizo larguísimo, su querida bola amarilla salió disparada como propulsada por un cañón, el ángulo de tiro era magnífico, tomó la parábola perfecta, aterrizó más allá de la línea de 21 metros, y el lanzador, tras el giro, toda la fuerza aún desbordándole, se encontró con que el suelo no era el cemento del verano, sino el linóleo del invierno, aunque de buena textura, no pudo agarrar las zapatillas, cayó de bruces, casi de morros, al suelo. "Y esa caída, que en cemento no me habría acaecido, me tocó la confianza. Ya no pude volver a tirar al 100%". Entre tiro y tiro, Martínez, paseaba, león enjaulado. Los gritos de la saltadora Ruth Beitia, que en la grada animaba y daba consejos técnicos a su amiga Marta Mendía -la navarra terminó sexta con un salto de 1,94-, que animaba a Marta Domínguez, que también gritaba "vamos Manolo", le acompañaban. "Tardé tiempo en recuperarme", dijo el leonés. "Me rehice e intenté con ganas llegar a 21 metros, pero me he quedado con las ganas". El campeón del mundo saliente logró sacar un lanzamiento de 20,79 metros, su mejor lanzamiento del año, un lanzamiento que le dejó quinto en una prueba dominada por los norteamericanos Cantwell (21,49 metros) y Hoffa (21,07). Como bien preveía Martínez, un tiro de 21 metros le habría valido una medalla.

Como diría el cínico, hubo un tiempo en que España sólo ganaba medallas en la pista cubierta, y entonces se decía que eran unos campeonatos B. España se considera desde hace tres años una potencia mundial, por eso no gana bajo techo. O como dijo el sincero o, resumiendo, Marta Domínguez: "Estábamos acostumbrados a las medallas, y ahora, cuando nos faltan, nos damos cuenta de lo difíciles que eran".

Adere, que fue segunda, en la recta final. Tras ella, Marta Domínguez.
Adere, que fue segunda, en la recta final. Tras ella, Marta Domínguez.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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