Saltaderos mágicos
El Sportarena de Budapest, un hongo tipo platillo volante a la sombra del estadio de fútbol Ferenc Puskas, debería haber sido el escenario de la glorificación de Gail Devers, pero la ganadora de los 60 metros sólo pudo escenificar su cargante retraso en colocarse en los tacos -ayer repitió en las vallas la táctica que derritió a Christine Arron en los lisos y se agachó 13 segundos después que sus rivales- y cómo atarse las zapatillas con sus largas y retorcidas uñas azules. Hizo todo eso de nuevo y terminó... la segunda. Dejó la escena libre a los héroes de estos Mundiales, los saltadores.
El día en que María Mutola lograba su sexto título bajo techo -pobre Jolanda Ceplak, incapaz de frenarla-, lo mejor volvió a ocurrir en la zona verde, en el centro, donde la moqueta con efecto muelle hace tan felices a los saltadores. A Tatyana Lebedeva, por ejemplo. La ganadora y plusmarquista mundial del triple salto añadió el oro de la longitud a su mochila, aunque, cansada por sus excesos de la víspera, no pasó la barrera de los siete metros.
La barrera la rompió el sueco esbelto y rubio Christian Olsson; y la bella rusa, ligera como una pluma (55 kilos), Yelena Slesarenko intentó superarla.
La barrera de Christian Olsson, de 24 años, que empezó como saltador de altura y se convirtió en poco tiempo en el heredero de Jonathan Edward en el triple -la línea de los 18 metros está ya ahí, al alcance de sus tres zancadas- fue la del récord mundial en pista cubierta: en su tercer intento igualó los 17,83 metros logrados por Aliecer Urrutia hace siete años.
La barrera de Yelena Slesarenko, de 22 años, fue la altura. En el mismo lugar en el que el sábado Holm intentó pasar de 2,40 metros, ella, que hasta febrero tenía una mejor marca de 1,98, llegó a Budapest con 2,01 y en su primer intento de ayer había saltado 2,04, tentó los 2,08, una plusmarca, un regreso al pasado, a los tiempos de los primeros años 90, en los que estos listones eran lógicos para las mujeres. Falló por poco.
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