El hombre sensato hace los ochos
El miércoles pasado, Miguel Delibes, de 83 años, novelista, periodista, cazador, estaba harto de responder llamadas de los periodistas; a veces se pasa días y días pensando, leyendo o viendo la televisión, en silencio, y de pronto le requieren de emisoras y periódicos... "Estoy muy solicitado". "La fama, don Miguel, la fama". "Qué fama ni fama, mi fama es la de ser viejo. Ya hay pocos de mis años". "Bueno, aún más edad tiene Francisco Ayala". "Sí, y muy bien, Paco Ayala llegará a los cien...". La fama le viene ahora, o se le acrecienta, porque Destino ha anunciado que publica un nuevo libro suyo, España 1936-1940. Muerte y resurrección de la novela, que será el número 1.000 de la colección Áncora y Delfín que él ha nutrido con toda su obra desde que ganó en 1947 el Nadal con La sombra del ciprés es alargada.
No escribe desde 1997, así que es una novedad que aparezca un libro suyo, aunque sea de recopilaciones. Es un hombre pesimista que produce en los demás la sensación de la sensatez y de la calma. Ambas le vienen del campo, que le hace pensar, y del silencio, que le habla. Ya no dispara... Ni dispara, ni escribe, "ni hago nada...". La mayor parte de su vida la ha hecho en el campo, en silencio, escribiendo, viendo animales... La mejor compañía que aún puede hallar, en la ciudad y en el campo, es la de los animales, perros como Mila en Valladolid o Perdigón en Sedano... El silencio le dice de todo y le ha animado a seguir en la desgracia y en la enfermedad, que de ésas ha tenido en todas las épocas de la vida. Pero aún, siendo acaso el hombre más pesimista del mundo, o al menos de Valladolid, tiene el poder de transmitir felicidad a su lado. Ahora hace cosas que no hizo nunca, y como siempre fue tan metódico -para los medicamentos, por ejemplo: su orden es inamovible-, ésta es otra novedad principal de su vida. Hace la siesta y se va a dormir pronto, y ésas no estaban entre sus costumbres... Pero sigue juntando a los nietos y a los hijos a pelar codornices en verano, aunque ya no sea él quien les dispare...
Es cierto que es pesimista, lo dice por carta y lo dice alrededor todos los días; lo es por la realidad que vive -la enfermedad, que siempre domina la voluntad de la gente, y él ha tenido una enfermedad muy seria-, y por la realidad que viene en la televisión y en los periódicos; a la gente le llegó su cabreo por lo que hizo Bush primero en Afganistán y luego en Irak, porque escribió de ello, y con qué rabia, en los periódicos; le dura la rabia, claro. "Primero Bush me pareció un majadero, y ahora me parece un majadero peligroso..., que ha tenido su ayuda en este de aquí, Aznar, que es más majadero todavía...".
Pero su gran momento de felicidad más reciente tiene que ver con el mayor ídolo de sus últimos tiempos, Miguel Induráin, ciclista como él, aunque Delibes ya no pedalee... Pedaleando iba de un pueblo a otro a ver a su novia, la que fue su mujer... Conoció a Induráin en Logroño, comiendo y hablando de ciclismo, y unió la pasión del aficionado -"Induráin es el mejor deportista del mundo"- el afecto del amigo... Y hace unos fines de semana, Pepa Fernández, de RNE, le llamó y le hizo hablar en antena con el gran ciclista... No dejó de preguntarle Delibes a Induráin, y cuando éste le confesó que iba a dejar también la caza porque lo hacía muy mal, el novelista se enfureció: "¿Cómo, qué dices? ¡Un Induráin no puede hacer nada mal!".
Sigue yendo a misa, pues es religioso aunque tenga la apariencia propia de un agnóstico castellano, y sigue haciendo sus paseos por el Campo Grande de Valladolid, que tiene forma de ocho. Por eso dice que se va a hacer los ochos, como si fuera un escalador de ciudad... Antes los cronometraba; ahora deja que el tiempo pase hasta que, a lo mejor por la tele, aparezca una sorpresa que le enfurezca como ciudadano, o que surja un momento como ese que tuvo con Induráin... Sigue siendo, y eso no se lo cambiará ya nada, el hombre sencillo al que el campo le dio la calma que transmite...
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