El laberinto de Guti
Por quinta vez en su vida, José María Gutiérrez Hernández, natural de Torrejón de Ardoz y dorsal número 14, se ha rebelado contra su destino de subalterno en el Madrid y ha conseguido el puesto de titular con el que siempre soñó. En la misma operación, ha cambiado la jerarquía en el puente de mando del equipo y los cronistas empiezan a aceptar el nuevo reparto de galones: si hace un par de meses era Guti quien jugaba a la izquierda de Beckham, hoy es Beckham quien juega a la derecha de Guti.
Tal hazaña no tiene, sin embargo, el valor de un salvoconducto. Se diría que un chico de barrio como él, nacido entre chirridos de neumático y vapores de queroseno, está condenado a un futuro volátil. O tal vez suceda que su largo repertorio termina siendo un problema irremediable. En sus primeros años de profesional, cierto acreditado entrenador le hizo una especie de profecía maléfica.
-Está claro que es un excelente jugador, pero no hemos podido averiguar de qué juega.
Quizá por influjo de aquella sentencia, su carrera quedó enganchada en una perversa espiral: después de doblar todas las esquinas del club, un día empezó a componer sus jugadas de percusión y orfebrería, se abrió camino en el primer equipo y en eso llegó Figo y le hicieron un hueco, así que volvió al banquillo; de pronto, sustituyó a Morientes y marcó quince goles de ariete clásico, pero en eso llegó Zidane, así que volvió al banquillo; poco a poco, empezó a ganar minutos, levantó su taller de soldadura y en eso llegó Ronaldo, así que volvió al banquillo; aunque nadie daba ni un céntimo por él, fue entrando en juego: utilizó su instinto de descuidero para recuperar balones, se hizo el futbolista bivalente que siempre han reclamado los puritanos y, a finales de temporada, era el eslabón perdido entre Makelele y Zidane, pero en eso llegó Beckham con su chica de escayola, su toque largo y su fondo de armario, así que volvió al banquillo.
No sabemos si su destino ha dado un vuelco definitivo o si disfruta de un provisional cambio de fortuna. Por el momento, Carlos Queiroz ha aceptado una solución romántica para la sala de operaciones del equipo, le ha permitido alternar con Beckham, y ahora mismo el zurdo para todo no lleva la camiseta prestada: es el verdadero jefe de Estado Mayor. Recupera la pelota con su olfato de hurón, la pesa en su balanza de platero, la distribuye con su toque de forjador y, siempre armado de su gancho de izquierda, puede dar medio gol en cada pase. Es capaz de cortar el aire en dos porciones y de dividir al equipo contrario en dos mitades.
Sin embargo, sigue moviéndose entre el ojo del huracán y el ojo del sumidero.
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