Giotto en La Habana
Si algún discípulo aventajado ha tenido Wifredo Lam, cifra y clave del arte moderno cubano, ése es sin duda José Bedia, (La Habana, 1959) quien más de 20 años después todavía recuerda con entusiasmo las jornadas que compartió con Lam en el hospital habanero donde este último estaba recluido y en las que el autor de La jungla le dio a José Bedia las lecciones de arte y de religión que tanto le ayudaron a hallar su camino. Un camino distinto y a la vez compartido en ciertos aspectos cruciales.
El primero, la importancia del grafismo o más precisamente del dibujo que, a pesar de las notables diferencias formales entre la figuración de Lam y la de Bedia, tiene un peso igual de decisivo en las obras de ambos. Aunque quizá más en la de Bedia, en cuyos cuadros, dibujos e instalaciones es evidente el papel inapelable que cumplen los trazos en la determinación precisa de los colores en el espacio y en la virtuosa articulación de los mismos. Si hay una marca de fábrica inconfundible en la factoría Bedia esa es la claridad y la potencia de las imágenes acuñadas por el dibujo. Por su dibujo.
JOSÉ BEDIA
Museo Extremeño
e Iberoamericano de Arte
Contemporáneo (MEIAC)
Virgen de Guadalupe, 7 Badajoz
Hasta el 14 de marzo
La otra deuda de José Bedia con Lam tiene que ver con la intensa relación que este último trabó en sus cuadros entre las lecciones de la vanguardia histórica y los motivos y las señas de identidad característicos de las religiones afrocubanas. Pero en este aspecto creo que Bedia ha ido más lejos que Lam porque ha sabido o ha podido desmarcarse mucho más claramente del modelo de apropiación moderna de las culturas primitivas, ejemplificada por la manera en la que Picasso se apoderó de las formas de las máscaras africanas exhibidas por primera vez en Europa a comienzos del siglo pasado en el Trocadero de París. Ese modelo suponía una articulación insólita de metafísica, historia del arte, fotografía y etnología en la que resonaba el exotismo romántico y que no tardaría demasiado en someterse al dominio de la curiosidad enciclopédica y turística.
Lam lo eludió como pudo, pintando cuadros modernos y en cuanto modernos irreductibles a la tradición, la traducción y la traición. Bedia, en cambio, convirtiéndose -cuando ya era un adulto formado desde niño en el ateísmo propio de la revolución cubana- en adepto de Palo Monte, una de las populares religiones afrocubanas. Con esta conversión ganaron ambos, escribió en Art in America Robert Farris Thompson: los paleros un Giotto y Bedia un nuevo canon de vida.
Lo del Giotto es obviamente
una metáfora sostenida por el hecho de que Bedia es desde entonces un pintor religioso que pone conscientemente su arte al servicio de una religión que no es ni abstracta ni exclusiva ni excluyente, como desgraciadamente ha llegado a serlo el cristianismo rendido a los pies del calvinismo. No, la religión de Bedia es abierta, cambiante, heterogénea, mestiza, religión auténtica en definitiva si por religión entendemos lo que re-liga, lo que vuelve atar, lo que nos conecta con la vida y no lo que nos aparta de ella.
Las obras de Bedia son una incitación a vivir la vida y no a prescindir de ella.
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