Vacío
Esa pantalla gigante que colocan en los mítines y en la que el candidato aparece en su versión plana, aunque cinco o seis veces más alto de su estatura real, da una idea del proyecto bidimensional en el que estamos embarcados. La tercera dimensión, que es la de la profundidad, la de la hondura, complica demasiado las cosas. ¡Abajo, pues, los candidatos tridimensionales y el pensamiento tridimensional! ¡Mueran los tonos! Que el blanco sea blanco, y el negro, negro. Y que no haya otros colores que enmarañen el espectro. Hemos de educar la mirada de tal forma que lo veamos todo plano, pues basta añadir una pincelada de profundidad a la vida para que la gente se empiece a preguntar por el ADN de los cadáveres del Yak-42 o por la salud mental de Acebes.
La gente descubrió que el pavo del Día de Acción de Gracias de Bush era de plástico porque tenía tres dimensiones. Si hubiera sido plano, nadie estaría dudando ahora sobre la existencia de las armas de destrucción masiva. Es cierto que produce un desasosiego inexplicable comprobar que políticos perfectamente tridimensionales sueltan discursos completamente planos. Es como si un cubo vomitara cuadrados. Pero a los apologetas de mierda de la tercera dimensión, que van pregonando por ahí que la solución pasa por añadir hondura a los discursos en vez de quitar profundidad a los políticos, tenemos que decirles que se vayan preparando porque les vamos a aplicar soluciones policiales por un tubo. No hay equidistancia posible entre la realidad plana y la honda: somos nosotros quienes debemos allanarnos para digerir las peroratas lisas.
El invento de la pantalla gigante, que en principio parecía dirigido a resolver un problema del ojo, ha resuelto, sorprendentemente, un problema del encéfalo. El público mira al monigote en vez de al político real, y no le extraña que de la boca de una persona plana salgan juicios planos, porque es lo que esperamos de ella. Más aún: aunque todavía da la sensación de que la figura bidimensional repite los gestos de la tridimensional, estamos en posición de garantizar que es al revés. Ya era hora de que el muñeco hueco manejara al ventrílocuo relleno. Viva el pensamiento llano.
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