Arroz amargo en el Ebro
La población del delta confía en que el Gobierno catalán y la Unión Europea frenen el trasvase
"Mira: los flamencos van a almorzar". Ramon Carles, de 52 años, marisquero, señala el cielo cuando aparece ese espectáculo magnífico. Son las 10 de la mañana y sopla un viento helado en la plataforma marisquera frente a l'Ampolla (Tarragona), rodeada de columnas en las que crecen mejillones y ostras. El banco de aves rosadas se posa en la arena para comer pequeños mariscos. La sierra, el pueblo pesquero, los flamencos, retratados a lo lejos por dos jóvenes con un trípode, el mar, el silencio. La soledad. Una vista del Delta del Ebro que mucha gente de esta tierra y el Gobierno tripartito catalán ven amenazado por el trasvase. "Esto es como si te robaran un familiar", dice Carles. "La ruina del litoral. Un atentado. No sólo se llevarán el agua. Dejarán a las personas heridas".
"Será la ruina del litoral. Dejarán a las personas heridas", dice un marisquero
"Si tienen que hacerlo, que al menos nos compensen", afirma resignado un pescador
Carles acerca la balsa a las aves -"Más no", avisa- y se desespera porque no entiende por qué el Gobierno del PP no ha reparado en el daño que el Plan Hidrológico Nacional (PHN) hará a la costa, a los arrozales, a la fauna fluvial, a las más de 300 especies de aves que anidan en este Delta de 32.000 hectáreas, de las cuales una cuarta parte es Parque Natural.
Hijo, hermano y padre de futuro marisquero, Carles repite lo que cuentan mil veces los pescadores: que la riqueza del Delta nace cuando chocan el agua dulce y salada al crearse algas microscópicas de las que comen los peces. Dice que Franco infringió la primera gran herida al río con los pantanos de Mequinenza y Riba-roja, que retuvieron sus limos. Y que se agravó cuando se desvió a Tarragona en los años 80 dos metros cúbicos de agua por segundo para que no cayera agua salada de los grifos. "Desde entonces pasamos de producir 4,5 millones de mariscos a 3 millones. Y la calidad es peor: cada vez hay más cáscara y menos carne. ¿Qué pasará si se llevan un promedio de 33 metros cúbicos por segundo?", apunta Carles dolido. Y la herida es profunda. La mayoría de sus 55.000 habitantes vive de la construcción y a tiempo parcial se dedica a la agricultura y la pesca.
El Ebro es el alma de esta zona tan poco explotada por el turismo, y por eso miles de personas se han manifestado en Barcelona o Bruselas. Temen una catástrofe ecológica y económica desde Tortosa a la isla de Buda, y de la bahía El Fangar a Punta de la Banya si se trasvasa agua a Valencia, Murcia, Almería y Barcelona. El río lleva un caudal de entre 100 y 200 metros cúbicos por segundo, bajo el riesgo, según el biólogo Carles Ibáñez, de que se acentúe la franja baja por la sequía.
Los científicos y la gente hablan el mismo lenguaje: dicen que desde que el Ebro arrastra menos limos, el mar se come al Delta. Que retrocede, que se hunde -6 milímetros al año- y que los acuíferos se salinizan. "Es brutal cómo se ha perdido la playa de Las Marquesas o cómo se estrecha el istmo de El Trabucador", dice un chico de Amposta encantado con la solidaridad de Aragón.
"No lo hemos sabido explicar. La gente ve nuestra lucha con simpatía, pero es un problema de todos. Hasta las playas se quedarán sin arena. Es un expolio a la naturaleza. Este parque es el segundo hábitat acuático del Mediterráneo después del de Camarga (Francia) y el segundo de España tras el de Doñana. No le perdono a CiU que apoyara el proyecto", asegura Josep Bartomeu, funcionario del Ayuntamiento de Deltebre y uno de los impulsores del Parque Natural. "Los árabes iniciaron esta obra, Franco la empezó a destruir y sus herederos la rematarán", añade mientras muestra en el museo del Delta el mapa de la red de canales. "Con una gota que se lleven se enriquecerá un constructor y aquí hacemos cuatro cosas: de los canales de riego va a los arrozales, de donde también comen las aves; ese agua va a los estanques, donde viven los peces de río; luego, a las bahías, donde se cría el marisco y el ciclo natural se acaba con la pesca de alta mar. ¿Por qué el Gobierno no hace plantas desaladoras en el Levante? ¿No saben que será un agua carísima y que baja contamidada y no es potable?".
"¡Murcia no tiene agua y Murcia tendrá agua!", dijo José Maria Aznar cuando puso la primera piedra del trasvase. Un día después, Josep Forcadell, de 56 años, lee un diario en un café de Amposta e ignora la noticia: "Estoy harto. Es un gesto electoral. Ya veremos si se hará". El amo del bar teme que Carod Rovira haya puesto al PP la victoria en bandeja. Los dos confían en que no arrase y que se cumpla la tradición: de seis intentos de trasvase sólo se ha hecho uno.
Manolo Tomàs, portavoz de la Plataforma de Defensa del Ebro (PDE), vigilante de carreteras, también recuerda ese dato demoledor. "La lucha sigue", avisa. Vive pegado a dos móviles en Tortosa, la capital de la zona que saluda con esta leyenda en su puente bajo un río que fluye ahora muy bajo: "Lo riu es vida. No al travassament". Tortosa, en el pasado un floreciente puerto fluvial, se sintió abandonada por Jordi Pujol y encajó como una traición su apoyo inicial al trasvase. La gota colmó el vaso y CiU buscó un acercamiento creando en las Tierras del Ebro sedes del Gobierno para hacer la vida más fácil a los ciudadanos, antes obligados a recorrer 100 kilómetros hasta Tarragona capital.
La plataforma ya aprobó en su última asamblea, a la que fue Marta Cid, consejera de Educación de la Generalitat, antitrasvasista, una huelga en cuanto las máquinas lleguen al Delta. Las críticas al PP fueron constantes y confían en que el Gobierno catalán envíe rápido a la UE su informe contrario a que se financie el tramo norte.
Pero la sensación de derrota también ha cundido en el Delta. La Cofradía de Deltebre tiene la pancarta de lucha medio caída de su fachada. Su secretario, Pascual Chacón, de 44 años, madrileño, se manifestó en Bruselas y se resignó tras la victoria de CiU en su pueblo. "La regresión es inimaginable. Si el trasvase se va a hacer, al menos que nos compensen como pasa en Ascó con las nucleares. Necesitamos una bocana: hay días que las barcas no pueden salir al mar". Josep Llombrich, de 78 años, de la Comunidad de Regantes, hizo fortuna cuando el Conde de Sulfurino le cedió unos arrozales. Ahora tiene 30 hectáreas y no desdeña el pacto: "Antes, el río bajaba lleno. El Delta siempre cambia: donde yo pescaba angulas y navajas, ahora hay arroz. Del río, ni una gota. Y si no, que subvencionen el riego como con el trasvase a Tarragona para que el cultivo sea rentable".
Y, ahora, la tensa espera. El Gobierno ya ha iniciado los trámites para expropiar 50 hectáreas a los 117 agricultores de naranjos y clementinas de Alcanar, que tienen sus tierras en el vecino Vinaròs (Castellón). La mayoría ha impugnado las actas y solo siete han llegado a un acuerdo. El Gobierno ya ha recurrido al Fondo de Garantía.
Los flamencos han alzado el vuelo y Carles, el marisquero, atraca la balsa a tierra. Tiene fe en el Gobierno catalán, y se despide: "¡Cuánta ignorancia decir que el agua se pierde! ¡Se necesita que el río baje con corriente! Si viniera la ministra, se lo explicaría".
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