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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mentiras y consenso

Resulta insólito y nada democrático que esta campaña electoral no entre a fondo en lo ocurrido en Irak. La guerra sacó a la calle a una parte importante de la sociedad española, y se montó de espaldas al Parlamento sobre unas mentiras en las que ha colaborado el Gobierno de Aznar, tras dividir Europa y contribuir desde el Consejo de Seguridad a paralizar la ONU ante la invasión. Ahora se ha conocido un último y espectacular dato: los inspectores de Unmovic, el organismo de desarme de Naciones Unidas, van a certificar ante el Consejo de Seguridad que no había armas de destrucción masiva en Irak, porque las que había fueron destruidas entre 1991 y 1993.

Todo esto confirma la inexistencia del arsenal iraquí, ya señalada por el propio jefe de los inspectores que EE UU envió a Irak tras la guerra, David Kay. Éste acaba de revelar su recomendación a la Administración de Bush para que diga la verdad y admita, al menos, que estaba equivocada sobre la existencia de estas armas. En EE UU, una comisión va a investigar el funcionamiento de los servicios secretos, aunque sus conclusiones no llegarán hasta después de las elecciones de noviembre. En el Reino Unido, la pesadilla de las mentiras sigue persiguiendo a Blair.

Sólo en España nada se mueve y Aznar deja La Moncloa sin dar explicaciones en materia tan seria ni al Parlamento ni a la opinión pública, escudándose en una información de la ONU que resulta no ser tal. Es obligado que las nuevas Cortes Generales que se constituyan tras el 14 de marzo establezcan una comisión de investigación sobre este negro capítulo de la política exterior española. La guerra de Irak escenificó la ruptura del consenso que había dominado la política exterior española desde la transición, y que tan positiva resultó para la posición de este país en Europa y en el mundo.

Es de esperar que, sea quien sea el responsable de dirigir el Gobierno, se recupere este consenso perdido, que afecta a tres flancos de nuestra política exterior extremadamente debilitados en la actualidad. En primer lugar, a nuestra situación periférica en la UE, acentuada con la política de Aznar de alejarse del centro franco-alemán y por la ampliación al Este a partir del 1 de mayo. Compensarla obliga a alianzas sólidas y a impulsar de nuevo la integración europea.

En segundo lugar, afecta a la tormentosa vecindad mediterránea, donde poco se ha avanzado mientras Europa miraba hacia el Este y España perdía capacidad de influencia. La democratización y modernización del mundo árabe están en el centro de las preocupaciones, y aunque con Marruecos parece ya agotada la capacidad de una y otra parte de cometer errores, ha llegado la hora de reconstruir las relaciones con Rabat.

En tercer lugar, afecta a la dimensión americana de España y a la rectificación de un error histórico de Aznar, como es reforzar el vínculo con EE UU a costa de dividir a Europa y de entrometerse en las relaciones entre Washington y América Latina. El consenso pasa en todos los casos por un "regreso a Europa" que no tiene por qué llevar a alejarse de EE UU, sino simplemente a una relación más decente con Washington.

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