_
_
_
_
Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El nómada que no quiso estudiar

Quedamos en la puerta de una clínica privada. Tenía que hacerse unos análisis rutinarios y confiaba acabar en apenas 15 minutos. Veinte minutos después de la hora acordada, aún no había aparecido. Le llamé y su móvil no estaba motivado. Pasaron otros 10 minutos. Varias veces había leído la placa que recordaba la fecha en que fue colocada la primera piedra del edificio. Daba el sol en el ladrillo rojo y un señor examinaba la radiografía de dos pies. Acabé localizándolo. Me preguntó extrañado qué sintonía había oído en el buzón de su teléfono. "¿Quizá Mairena?", preguntó mientras yo rememoraba algo percutido, tambores africanos o así. Me propuso quedar un kilómetro más allá, en la misma Diagonal. Aduje que formar parte de la misma calle no hace cercanos dos puntos. Quedamos para otro día. Se excusó y dijo algo revelador: "He perdido entrenamiento en las citas, no las organizo bien. Y la analítica duraba más de un cuarto de hora".

Kike Anzizu, fotógrafo, publicista, padre de La Ceca, Ébano, Esser, Karma y Bikini, está a punto de publicar un libro de relatos

Hace ya tiempo que Kike Anzizu no se cita con un reloj. Probablemente tampoco con sus amigos, a los que ve regularmente guiado por lo fortuito o bien visita inopinadamente cuando tercian añoranza o roce. El tiempo tiene más recovecos desde que dejó de trabajar remuneradamente, ya no es plano y lineal, ya no cabe en los márgenes de una agenda. A sus 63 años, Kike lo dedica a escribir. Siempre lo ha hecho, pero ahora la editorial Sirpus está a punto de publicarle un libro de relatos. Vive en un modesto piso de alquiler que da a la plaza donde las verduleras de la Boqueria montan sus tenderetes. Su piso, decimoséptima vivienda a lo largo de su vida, tiene la vitalidad y el aire de un piso de estudiantes. La diferencia es que acumula montones de fotos, recuerdos diseminados por todos los rincones, retales de tiempo que se han quedado suspendidos en el aire. Por ejemplo, un póster firmado por Ben Harper evoca la noche en la que al abrazar a Kike sonó un reclamo de pájaros que éste llevaba en el bolsillo. Más allá, una bici aparcada en el pasillo atestigua la existencia de uno de sus cuatro hijos, Xuri, ahora cantando en Bali, y las paredes devuelven miradas de compañeros de viaje, de personas que estuvieron junto a Kike en algún momento de una vida dedicada a transitar. Una mesa camilla llena de papeles y un modesto ordenador completan el entorno de Kike Anzizu, el padre de Bikini.

"La persona está hecha para el movimiento" dice el nómada. Quizá por ello estudió Empresariales, carrera que abandonó para abrazar el mundo del cooperativismo, que luego dejó abrumado por el abismo que media entre sueños y realidad. Fue luego publicista, fotógrafo y ciudadano de Formentera, "oigo la espuma rajada por este barco que durante toda la travesía ha levantado las faldas al mar", escribe en uno de sus poemas. En aquel paraíso un guardia civil le descubrió con una bola de chocolate de tal tamaño que Kike emigró a Copenhage para evitar juicios indeseados. Allí aprendió joyería, profesión que ejerció de vuelta a Formentera. En un viaje a la isla, con Trasmediterránea, imaginó La Ceca en una noche insomne. La vio como un lugar para hablar con el telón de buena música. El local estuvo un año abierto en el Born. Fue el primer local nocturno regentado por Kike. Llegaron después Ébano, Esser y Karma entre otros.

Más tarde, antes de la era electrónica, se inventó con Xefo Guasch la marcha nómada, una fiesta itinerante que como un moderno disc-jockey recalaba cada jueves en un local diferente. Un buen día la fiesta llegó a Bikini y allí se quedó, convirtiéndose en residente. Comenzó así la noche de los felices ochenta en Barcelona, una noche que finalizaría con las obras olímpicas que cerraron Bikini para construir un rascacielos recostado. Reabierta la sala en los noventa, acabaron ofreciéndole un porcentaje del negocio, que Kike declinó. Los tiempos habían cambiado. Hace cinco años se quedó sin trabajo legando a Barcelona la sala con mejor acústica de España. Hoy Kike apoya sus pies al escribir en un ladrillo de los que permiten que hasta un sordo pueda sonorizar los conciertos que tienen lugar en Bikini. El Kike del siglo XXI maneja con soltura el móvil porque comunicarse con mensajes es más barato que hacer llamadas. "Después de tener dinero he aprendido a vivir con lo mínimo", dice gozoso. La clínica se la paga un testamento que le garantiza cuidados médicos. Kike viene de buena familia. Pero Kike no habla de esto en su libro. En sus páginas rememora sus viajes juveniles, cuando por salvar a un gran amor viajó a Beirut para rescatarla de la cárcel. Fracasó y siguió viajando por Oriente y tocó el arpa de boca en la Gran Mezquita Azul de Estambul.

De camino a Karachi sale uno de estos días y mientras Kike ultima un libro de poemas sobre su querida Formentera, pinta unos personajes minimalistas que llama "minimalis" y ordena los apuntes y dibujos que reposan en una destartalada maleta que le ha acompañado en todos sus viajes. Allí palpita uno de sus primeros escritos: "Yo Enrique María Anzizu Furest, de 12 años de edad, hago constar por la presente que he suspendido todas las asignaturas en junio y septiembre porque no me ha dado la gana estudiar".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_