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Columna
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Retrato del PP con Carpanta

Cuando el jueves a las doce de la noche se iniciaron las elecciones generales, las calles se nos pusieron como las caras de Bélmez: rostros desconchados, rostros adorables, rostros de granito y gafas de sol, rostros de conquistadores de naderías en medio de la nada, rostros con el cinismo retocado de rubor. Por la mañana, las calles tienen algo de panteón y de teogonía de divinidades de papel y engrudo, aunque el transeúnte apenas si se percata, porque ni siquiera mira los muros de la patria suya, y si acaso pregunta, ¿que ahora empiezan las elecciones?, pero, ¿es que aún les quedan más insolencias que soltar, después del tupé? Están hartos de que los políticos llamados profesionales -ni uno que lo sea- se lo monten a su albedrío, sin pedir permiso al ciudadano, sin consultarlo, al menos, sin indagar sus necesidades, sin conocerlo y sin importarle un pepino conocerlo o no, ¿para qué? Particularmente los candidatos populares que llevan una racha de verduleros y matones, que da dentera y algo de lástima. Al cronista se le ha acentuado la sensación de que el PP y sus listas de aspirantes son lo más parecido a aquel personaje del TBO que de tanta hambruna, cada vecino se le antojaba un pollo al horno. El PP es un Carpanta de la urna y un artista del voto: cada vecino se le figura una sufragio con sus siglas y una cartela que dice: trágame. A unos dígitos de sacar o no la mayoría absoluta, según las encuestas, les ha pegado la tiritona y andan mostrando al respetable -aunque para nada respetado- sus ferocidades y su carencia de escrúpulos. No tienen empacho ni vergüenza en rehuir el cara a cara con la oposición y en negarle al pueblo soberano "del que emanan los poderes del Estado" -la Constitución, dixit- el saludable ejercicio democrático de los debates. En lugar de esos debates que obligan al recurso dialéctico y a la prueba del algodón, prefieren la retórica y el escándalo, la bravuconería, el desplante o el gesto despectivo. En prácticas de tal jaez arrasan absolutamente, y apenas en cosa de un mes han batido todas las marcas de metedura de pata. En nuestra Comunidad, tenemos uno de esos campeones, que menudo medallero luce, cabeza de lista para el Congreso por Alicante, y ministro o ex ministro de Defensa, Federico Trillo, que es además el rey del mambo, del euro rodado y de su islote de nostalgia y chotas. Tan buen punto filipino como Carlos Fabra de Castellón -o Castellón de la Fabra- que imputado en ni se sabe qué madeja de presuntas ilegalidades, disparó el fogueo de campaña, en premio a su buen tino y mejor ojo para el negocio. Para echarle un cabo a Trillo, una flota de aguerridos autocares, y el presidenciable Mariano Rajoy eligió Alicante como mitin de salida: un volantazo más a la derecha y las cosas en su sitio del ayer. Rajoy llegó por encima de las nieves y de los fríos polares, para hacer lo poco que sabe: descalificar a Zapatero y a toda la oposición. Trillo saludó en valenciano y poco más. Estaban también Zaplana, Camps y Ripoll, ante unas cinco mil personas, mogollón de autocares, escenario a la americana, bandadas y banderas de gaviotas, y globos rojos, azules y blancos, el mensaje subliminal -somos tuyos, Bush-. Reconquistar Alicante era el objetivo, como lo fue Perejil. Pero se quedaron helados.

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