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Columna
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El perfume

Miquel Alberola

En cualquier partido con profundas raíces democráticas de Francia, Alemania o Inglaterra, Eduardo Zaplana ya no se tendría en pie, aunque lo más seguro es que en un entorno democrático tan estricto no hubiese llegado a desarrollar carrera política alguna. No constituían unas buenas credenciales sus apetencias consignadas en las conversaciones telefónicas que la policía grabó con motivo del caso Naseiro. Tampoco lo era que en plena gestación del pacto contra el transfuguismo hubiese accedido a la alcaldía de Benidorm con el apoyo de una tránsfuga alicatada de sospechas, cuya familia ha vivido desde entonces conectada al tubo del presupuesto del Ayuntamiento. Otros se cayeron a la cuneta por mucho menos que eso. Sin embargo, para Zaplana estos obstáculos siempre fueron peldaños por los que subir: parecía que lo engordaban. Lo mismo ocurrió con el piso de 530 metros cuadrados que se compró en el Paseo de la Castellana en Madrid al poco de ser nombrado ministro de Trabajo, por un precio escriturado igual al crédito de 1,6 millones de euros (266 millones de pesetas) que le concedió en graciosas condiciones la Caja de Ahorros del Mediterráneo, y por el que paga mensualmente 4.544 euros, que aumentarán a 8.044. O cuando la multinacional francesa Bouygues, a través de su filial Saur Internacional, confirmó que Aguas de Valencia le encargó un informe para articular un grupo mediático afín al PP a instancias suyas. Estos estigmas, políticamente sancionables, funcionaron como combustible que lo elevó al cargo de ministro Portavoz. Asimismo, ahora es posible que sea agraciado con el cargo de secretario general de la OTAN tras haber aparecido el anexo oculto al contrato de Julio Iglesias y haberse demostrado que faltó a la verdad en las Cortes Valencianas (como faltó ayer de nuevo al decir que "todo" -la carta de intenciones firmada el mismo día que el contrato- se publicó hace años). Pero ese rastro turbio, políticamente apestoso, le sigue en paralelo hacia arriba con una fidelidad insoluble. También es cierto que nadie en el PP ha conseguido hacer un recorrido como el suyo oliendo tan mal, aunque algunos ex colaboradores están dispuestos a que huela peor y supere su propia marca.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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