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Tribuna:Aproximaciones
Tribuna
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El amor imposible de Edmund Wilson

Jordi Soler

DESPUÉS DE la Primera Guerra Mundial el crítico literario Edmund Wilson regresó a Nueva York a ocuparse de la edición de la revista Vanity Fair. De todas sus experiencias como soldado la que más sacudió su vida fue un acto perfectamente civil: la lectura, en el fondo de una trinchera, de un libro que le había enviado un colega: los primeros poemas de Edna St. Vincent Millay.

Las líneas de aquella poetisa fueron antídoto contra bombas y bayonetas y también combustible para esas juergas de hombres solos en campaña donde las palabras de Millay, dichas por él de memoria entre trago y trago de aguardiente, constituían la única presencia femenina en la barraca. Después de meses de convivir de día y de noche con esos poemas, Edmund Wilson, que ya entonces era un reconocido crítico literario, llegó a Nueva York obsesionado con la idea de conocerla y de invitarla a colaborar en su revista. Edna estaba de moda en el Greenwich Village, se había convertido en la musa de los jazzistas que le invitaban a tragos, le dedicaban piezas y le ponían música a sus poemas. "Era una de esas mujeres que están lejos de la perfección, no era ni siquiera hermosa, pero tenía momentos, promovidos por su sangre o por su espíritu, donde adquiría una belleza sobrenatural", escribió Wilson años después, acordándose del día en que la conoció.

Edna St. Vincent Millay era hija de una mujer liberal hasta el escándalo y tenía dos hermanas que se parecían a ella. Un año después de que Wilson regresara de la guerra, Edna se había convertido en la estrella de Vanity Fair y, simultáneamente, en el amor imposible del mundo literario neoyorquino; el amplio espectro de sus gustos, que iba de John Dos Passos a la actriz inglesa Wynne Matthison, más su entusiasmo por el alcohol, las drogas y todo lo que ampliara sus márgenes de percepción, hacían de ella una mujer inalcanzable. Un buen número de sus enamorados terminaron liados con alguna de sus hermanas o con su madre: ya que no tenían a la poetisa querían poseer lo que hubiera de ella en el resto de la familia.

Edna era una apasionada del instante y de la vida mundana. Edmund Wilson terminó de enamorarse cuando la oyó decir esta línea, que él mismo había recitado, con un fervor más bien lúbrico, en sus juergas de hombres solos durante la guerra: "Mi vela arde por los dos extremos, no durará toda la noche, pero produce una luz extraordinaria". Montado en esta línea comenzó a perseguirla por todos los clubes de jazz de Nueva York, su persecución era patética, no había por donde entrar a esa diosa que bebía y se divertía más que él y que se iba con cualquier saxofonista que le dedicara unas notas. Durante el verano de 1920, Edna y su familia rentaron una cabaña en Cape Cod. Wilson pensó, con sobrada razón, que tendría más probabilidades de conquistarla si no había saxofonistas a la redonda y puso manos a la obra, alquiló una cabaña en el mismo bosque y durante un mes se dedicó a suplicarle que se casara con él. Edna le respondió, todas las veces, que no.

Con el tiempo Edmund Wilson se convirtió en uno de los críticos literarios más célebres de la lengua inglesa, fue él por ejemplo quien descubrió e hizo notar la presencia en Estados Unidos del escritor ruso Vladímir Nabokov. Nabokov, que era un intolerante, comparaba a Wilson con la soriasis que le afectaba el codo, mientras el eminente crítico le daba consejos sobre cómo evadir a un editor, cómo obtener una beca Guggenheim, o sobre la forma elegante en que podía evitarse escribir la crítica de una novela de Thomas Mann. Edna St. Vincent Millay escribió más de veinte libros de poesía y ganó el Premio Pulitzer en 1923 con la obra The harp weaver. En 1931 Edmund Wilson publicó que su libro Fatal Interview contenía "algunos de los más grandes poemas del siglo veinte". Edna terminó casándose con Eugen Boissevain, que además de su marido fue convirtiéndose en su agente, y vivió con él durante 26 años en una relación "sexualmente abierta", según decía ella misma para que se supiera que el espectro de sus gustos seguía siendo amplio.

Edmund Wilson escribió esto en su diario en 1945, 25 años después de que le pidiera a Edna, en aquella cabaña en el bosque, que se casara con él: "Amé ese cuerpo que vi por primera vez en traje de baño, no había nada ahí que me desagradara, sus pechos eran pequeños, firmes y blancos, perfectos en su género, con pezones de un color rosa fuera de lo común, sin vello ni halo alrededor, piernas delgadas hermosamente afiladas, pies con altos arcos". Aunque la relación física que hubo entre los dos en 1920 fue muy breve, Wilson seguía, cuatro matrimonios después, a juzgar por el detalle con que describe el cuerpo de su amor imposible, completamente enganchado.

En agosto de 1948 Wilson, acompañado por Elena Thornton, su cuarta esposa, asistió a un festival literario en Tanglewood, Massachusetts. Edna St. Vincent Millay vivía en esa ciudad y Edmund, que no la veía desde sus intentonas en Cape Cod, pensó que sería buena idea ir a visitarla, a deshacerse de una vez del fantasma de aquella mujer que le había roto, 28 años antes, el corazón. Edmund y Elena se presentaron en su casa. Eugen Boissevain, el marido y agente, abrió la puerta y los invitó a pasar, luego preparó tres martinis en lo que Edna se arreglaba un poco. Media hora más tarde apareció la poetisa en lo alto de la escalera. Wilson se sintió aliviado, aquella mujer de "belleza sobrenatural" había dejado, de golpe, de ser una inquietud: estaba gorda, tanta ginebra le había teñido de rojo vivo las mejillas y su adicción a la heroína le producía un temblor desasosegante en las manos. Edna era una ruina. Para aliviar la zozobra que había producido su presencia, Elena, la mujer de Wilson, le pidió que les leyera algo de su poesía. Edna ya no podía leer pero accedió a decirles unas líneas de memoria. Con una voz casi inaudible dijo aquello que había herido de muerte a Wilson en la trinchera: "Mi vela arde por los dos extremos, no durará toda la noche, pero produce una luz extraordinaria".

Después de aquella tarde no volvió a verla. Pasó los siguientes 24 años de su vida mortalmente enamorado de esa mujer que estaba lejos de la perfección pero que, en ciertos momentos, "adquiría una belleza sobrenatural". Durante todos esos años se fue desencontrando con su esposa, con sus hijos, con su vida cómoda de crítico y con todo lo que lo había alejado de la mujer que en realidad amaba.

Edna St. Vincent Millay murió dos años después de su reencuentro con Wilson. Rodó por las escaleras completamente borracha. Antes de caer alcanzó a dejar sobre el barandal medio vaso de ginebra.

Jordi Soler es escritor mexicano.

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