Irresponsables
Alguien hizo lo que no debía, alguien supo resistir y otros demostraron de qué material están fabricados. Derribar el Gobierno de Pasqual Maragall era el objetivo compartido, en medio de la precampaña, por los dos enmascarados de ETA que anunciaron una tregua selectiva en Cataluña y por el PP, que no resistió la tentación de aprovechar el regalo de los pistoleros. Es verdad que Josep Lluís Carod Rovira, cohacedor del tripartito, dio a la banda terrorista vasca, con su entrevista secreta en Perpiñán, la gasolina y la lumbre para que lo bombardeara con los cócteles mólotov de la ignominia. Tendrá que penar por ello largamente. Pero José María Aznar, Mariano Rajoy, Eduardo Zaplana y sus correligionarios aprovecharon el fulgor del fuego para arrojarse en tromba sobre el socialista Rodríguez Zapatero (en una maniobra que corea siempre uno u otro de los inverosímiles tenores del PSOE), tratar de empujar a las llamas a Esquerra Republicana de Catalunya y dar por muerto el Pacto Antiterrorista. Era la consecuencia, apenas disimulada, de la concupiscencia electoral más irresponsable. Suerte que Maragall y la izquierda catalana, aferrados al poder, no cedieron ante la presión. Por razones distintas pero coincidentes, ETA y el PP quieren a ERC fuera del Govern. Ninguno de los dos la desea "normal" en una escena civilizada. Tal vez ambos la quieren también, como a Batasuna, proscrita e ilegalizada. El demócrata sensato, sin embargo, entiende que esa escalada ensancha abismos, extrema tensiones y aniquila todos los matices. Cataluña apuesta por demostrar que puede integrar el independentismo en el juego político. Comprobada la virulencia de sus enemigos, esa posibilidad, que desmonta todo el delirio doctrinario de los terroristas, debe ser defendida como una conquista, aunque en la borrachera partidista los populares se excedan hasta la indecencia y saquen al ruedo diputadas como la valenciana Asunción Quinzá para calumniar a quienes no hacen un uso inmoral de las víctimas de la violencia. Cualquiera diría que, en estado de celo electoral, cierta gente se empeña en confirmar la sentencia brutal de Karl Kraus cuando escribió, en otro momento y otro contexto, que "el parlamentarismo es el acuartelamiento de la prostitución política".
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