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Columna
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Vituperios

El Ayuntamiento de Ciempozuelos no ha perdido el jucio, sino todo lo contrario. El alcalde socialista de esta localidad madrileña con renombrado psiquiátrico, ha creado una comisión municipal para controlar injurias, calumnias, difamaciones y vilipendios esgrimidos por unos concejales contra otros. Con la campaña electoral encima, esa ciudad es un ejemplo para todo el Estado. Al margen de otras consideraciones, Ciempozuelos y su filosofía conseguirían poner a trabajar como locos a cantidad de abogados, polemistas, filólogos, asesores, grupos de emergencia, columnistas, juzgados de guardia, comisarías y propagadores de bulos. Todo ello daría esplendor legal al arte del insulto, a la estética de la vejación. Porque lo que parece proponer Ciempozuelos no es la desaparición del improperio, ajilimójili de toda convivencia, sino su sometimiento a medida literaria, a gozo estético. Ya no serán de recibo las bravatas fluidas e ignorantes de mitinero exaltado. Ya no estará penado llamar atapuercos a los rivales, porque aquellos tipos eran nuestros ancestros.

Hay varias formas de constatar la belleza de los insultos. Por ejemplo, revisando Historia de la eternidad, de Borges, uno de cuyos capítulos está dedicado al arte de injuriar. Borges sabía mucho de eso porque Perón, para humillarle, le ascendió al puesto de "inspector de aves y conejos en los mercados públicos" (sic). Y no es broma. Otra forma de saborear insultos históricos consiste en leer El libro del escarnio (Ediciones Robinbook, Barcelona, 2000), una "antología del insulto, el vituperio y la mofa para gourmets de la ofensa". También se puede filosofar. ¿Es un insulto la invitación de Almodóvar al Papa y a monseñor Rouco al estreno en Cannes de La mala educación? ¿Insulta Rajoy a España cuando dice que no quiere "darle la vuelta como si fuera un calcetín"? ¿Es reprochable llamarle a alguien tripartito?

Sea lo que fuere, y para no crear polémica, las lumis y los niños nos vamos a la cama. Salga el sol por Ciempozuelos. Hasta mañana.

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