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Columna
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Radares

Todo empezó por una bandada de murciélagos. Colonizaban una mansión abandonada y un profesor de la Universidad de Berlín aseguraba que estos pequeños roedores alados habitaban con los fantasmas. Un grupo de estudiantes quiso demostrarle que estaba equivocado. Fueron a la vieja casa y trabaron una red con hilos de seda en la única entrada a las habitaciones.

La idea era que al volar en la oscuridad rompieran la malla evidenciando la ausencia de poderes paranormales. Al día siguiente los hilos estaban intactos. Aquellos estudiantes nunca pudieron explicarse lo sucedido. Pasaron muchos años hasta que pudo determinarse que los murciélagos emiten chillidos de alta frecuencia que al chocar contra un objeto rebotan siendo captados por su fino oído.

El cerebro de este insectívoro interpreta con precisión los datos fijando exactamente la posición. Éste es el fundamento del radar, el mismo que fue desarrollado con fines militares en los años treinta y permitió en el verano de 1940 a los cazas de la RAF derrotar a la Luftwaffe en la batalla de Inglaterra. De entonces a hoy el uso del radar se ha generalizado hallando utilidad en los usos más diversos. Una de sus variantes más comunes es el control de velocidad que desde hace unos días la Policía Municipal de Madrid emplea de forma intensiva para cazar en la M-30 a los conductores que superen los 90 kilómetros por hora. Antes ya había radares aunque comparado con lo de ahora aquello era una broma. Desde primeros de mes el Ayuntamiento de la capital tiene en marcha una cruzada que está causando sobre los "velocinfractores" estragos sólo comparables a los que ocasionaron los Hurrican y los Spitfire británicos sobre las oleadas de bombarderos del Tercer Reich. Como supongo sabrán, el gobierno municipal ha sembrado de radares fijos y móviles el tercer anillo de circunvalación. Ingenios capaces de detectar el nivel de velocidad con que se mueve un vehículo y fotografiar su matrícula si rebasa los límites permitidos. La verdad es que en las horas valle, cuando no hay tráfico el coche te pide más marcha.

Disponer para ti solo de una autopista de seis carriles por sentido y no poder pisar un poco el acelerador parece una afrenta al sistema nervioso. En esas circunstancias, si no superas la velocidad permitida, llegas a tener la sensación de que, en cualquier momento, el vehículo se va a parar. Ya sé que todo esto les sonará a apología de la imprudencia temeraria, pero considero necesario el hacer un ejercicio de sinceridad sobre nuestro comportamiento al volante. ¿Quién, de los habituales de la M-30, se atrevería a jurar que nunca ha sobrepasado los 90 kilómetros por hora en esa vía? Yo, desde luego, lo he hecho y tengo la absoluta convicción de que los mismos que nos exigen el cumplimiento de la norma también pecaron. Entonar el mea culpa te otorga, a cambio, la autoridad moral imprescindible para comentar el acoso de la Policía Municipal sin caer en la hipocresía. La realidad es que la M-30 es bastante más peligrosa de lo que parece. Lo es porque su trazado es enormemente complicado y porque está plagada de incorporaciones. El cruce constante de entradas y salidas la convierte en una vía de tráfico tenso al registrar muchas maniobras de entrada y salida en tramos muy cortos. En los últimos años, el número de accidentes crecía sin cesar y es evidente que la aumenta el tiempo para ejecutar correctamente esos movimientos en los que está el origen de la inmensa mayoría de los percances.

A nadie, en consecuencia, le puede extrañar que la lluvia de sanciones caída en los primeros días de la operación radar haya logrado rebajar en un 30% el número de siniestros. Unos cuantos miles de conductores han escarmentado ya con las multas y otros lo hemos hecho en cabeza ajena. Ahora bien, todo este logro en favor de la seguridad en la M-30 quedaría en una mera operación propagandística con pingües beneficios recaudatorios añadidos si dentro de unas semanas los radares desaparecen o se corre la voz de que la vigilancia se ha relajado. De momento, la mayoría de los usuarios habituales ya saben, de sus recorridos cotidianos, en qué puentes o en qué farolas han instalado los radares fijos y dónde suelen colocarse los móviles. Si los murciélagos no cambian de posición, terminarán cazando sólo pardillos.

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