Izquierda: ética y política
Se ha escrito mucho sobre las diversas crisis de la sociedad actual: crisis de la política, crisis de la democracia, crisis de la izquierda. Análisis que parten en general de la desigualdad, de la injusticia, de la manipulación de la democracia, de la falta de libertad, desembocan inexorablemente en una palabra mágica: la renovación, la necesidad de reformarlo todo, la necesidad de empezar de nuevo, de reconstruir un discurso político, de impulsar una práctica nueva, de unir ética y política, de crear una nueva cultura tejida de los principios y valores que dieron nacimiento al pensamiento revolucionario, transformador o, simplemente, reformador moderno.
No faltan análisis sobre la perversidad intrínseca del sistema capitalista, sobre sus necesidades objetivas, sobre su afán acumulador de riqueza personal, sobre las consecuencias sociales que de su política se derivan para la mayoría de la humanidad, sobre la violencia social y las guerras que el sistema genera, sobre la depredación que causa en el solar común que es la Tierra.
Algunos de estos análisis son verdaderamente rigurosos, profundos, fundamentados en el conocimiento científico y en el buen sentido común. Otros muchos son reiteraciones sociológicas sobre el tema que, sin dejar de decir verdades, de iluminar aspectos concretos de la realidad, no inducen a un conocimiento político frío de la realidad y, consecuentemente, a una línea de reflexión, elaboración y acción capaz de ir generando zonas de respuesta efectiva al sistema y a sus políticas más dañinas.
Hemos hablado del hambre en un mundo capaz de alimentar dignamente a todos sus seres actuales, de la falta de agua potable en amplias zonas cuando la potabilización de ésta tiene ya larga trayectoria y una relativamente fácil aplicación incluso en circunstancias adversas. Hemos denunciado la muerte por enfermedades elementales curables por falta de una simple vacuna, de higiene primaria. Hemos denunciado la rapiña de las grandes cadenas farmacéuticas que guardan sus conocimientos y productos si éstos no son pagados al contado. Somos absolutamente conscientes de que los males son curables y ponemos el énfasis teórico o literario en la necesidad de tres cosas: educación, salud y desarrollo.
Sin embargo, en ninguno de los campos señalados se avanza significativamente. Las instituciones políticas, educativas, científicas, sindicales son, con honrosas y parciales excepciones, los lugares de debate en los que el 90% de las palabras pronunciadas y de las decisiones tomadas no tienen una traducción concreta a la vida real, no sirven para reducir la cantidad y la gravedad de los problemas, no se aplican en la práctica porque las buenas intenciones que, en muchos casos, hay en las resoluciones políticas no tienen presupuesto para desarrollarse. Las instituciones son foros de la palabra y del idealismo, no tribunales que ven el estado de las gentes y toman decisiones justas, las aplican y las hacen cumplir. La democracia se ha vaciado no porque no tenga capacidad para ejercer de buen gobierno, sino porque no tiene voluntad política de acompañar las buenas intenciones con el despojo de las ganancias ilícitas e inmorales en forma de presupuesto destinado al desarrollo social y humano. E, incluso, cuando a veces se destina una "pomposa ayuda al desarrollo" es para que cualquier tirano amigo se quede una parte sustancial o para hacer negocio vendiendo armas.
Esas instituciones no sirven; el parlamentarismo actual (político, sindical, educativo) está muerto. Debe reformarse radicalmente poniendo en pie todas las energías posibles para ello, todos los pensamientos con un sentido humanista, democrático y que, ante la socialización actual de las miserias, actúe con la socialización de las soluciones.
Sería estúpido y pedante decir que es la hora de la política para volver a caer a continuación en el debate sobre "la necesidad de la reforma de la política". Hay demasiadas palabras, textos y análisis. Es hora de resumir y aplicar. Es hora de que si la izquierda, de la más moderada a la más radical, cree que todavía tiene algo que decir, lo diga con claridad, no compitiendo con la derecha en el campo de las decisiones conservadoras, sino intentando alumbrar el camino a una nueva cultura que se defienda en aulas y centros de trabajo, en barrios y pueblos, utilizando todos los resortes sociales, educativos e institucionales.
Es hora de poner en común un programa político del cambio. No se trata sólo de una alternancia en el poder, o mejor dicho en el Gobierno, ya que eso es consustancial al sistema democrático, representativo, y que, hoy, debe plantearse en relación al PP, por las políticas que hace, por el clima que crea y porque nos atañe directamente. Se trata de que la alternancia abra un proceso de cambio y, en consecuencia, una alternativa real en nuestro país y en el mundo. Muchos de los políticos actuales, empezando por Bush y el tándem Aznar-Rajoy, y continuando por los Berlusconi, Blair y tantos más, tienen la raíz de la sensibilidad social tan acartonada que difícilmente podemos esperar de ellos una pequeña muestra de que, como componentes de la especie humana, van a hacer algo por ella.
Francisco Frutos Gras es diputado por IU en el Congreso y secretario general del PCE.
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