Una bici, un arma
No llevo una pistola debajo del brazo, ni tengo un almacén de armas de destrucción masiva, pero estoy en el ojo del huracán. Todas las mañanas me subo a mi bici y me atrevo a desafiar a los coches que circulan por Valencia a grandes velocidades. Con mi minúscula carrocería (incluyo mi propio cuerpo), intento llegar vivo al trabajo. Es una odisea, pero por convicción, utilizo este arma.
Es una bici, dos ruedas, un manillar, esas cosas. Ningún secreto. Ahora me he enterado de que el Ayuntamiento tiene la potestad de requisar todas aquellas bicicletas estacionadas con cadenas en mobiliario urbano. Cogen su cizalla y, tras, si te he visto no me acuerdo, ahí te las compongas cuando vuelvas y veas tu candado colgando.
Con la técnica de un vulgar chorizo, la propia Policía Local se hace cargo de tu arma. Ala, ahí es nada. Claro, dirán, es que a veces las bicis molestan. Cierto. A partir de ahora será mejor entrar en la consigna oficial que insta a utilizar el coche, olvidar las vías alternativas, y a ser todos una masa obediente.
Además, me lo ponen en bandeja: grandes avenidas para coger velocidades mayores de 50 km/h, aceras con gran atractivo para aparcar, portales a los que entorpecer el acceso, segundas filas por las que ni tan siquiera circulan coches, solo aparcan...
Nada, lo dicho. Cada vez soy más del montón. Amigos ciclistas urbanos, dejaros la bici en casa, que es un peligro para todos.
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