Dean abandona la carrera demócrata por la presidencia de EE UU
Kerry y Edwards se disputarán la candidatura para enfrentarse a Bush en noviembre
Howard Dean tira la toalla. El hombre que hace cinco semanas estaba a la cabeza de todos los sondeos como favorito para ser el candidato demócrata en las elecciones presidenciales del 2 de noviembre abandona después de no haber conseguido una sola de las 17 elecciones celebradas. Dean prometió ayer mantener viva su "campaña por el cambio" y no quiso apoyar, por el momento, ni a John Kerry ni a John Edwards.
"Desde este momento no me voy a dedicar activamente a tratar de ser presidente. Sin embargo, seguiremos construyendo una nueva organización a partir de la red actual para transformar al Partido Demócrata y cambiar nuestro país", dijo Dean a sus emocionados seguidores en Vermont. El ex gobernador, una estrella fugaz que ha servido para que los demócratas recuperen la vida política y puedan soñar con ganar las elecciones, descartó formar un tercer partido y se comprometió a apoyar al candidato: "Lo fundamental es ganar a Bush en noviembre como sea".
Después de lo ocurrido el martes en Wisconsin, el marcador del senador John Kerry en las primarias celebradas hasta ahora, en las que se ha elegido a un 19% de los delegados en juego, es elocuente: 15 victorias de las 17 posibles. Pero su triunfo (40%) fue menos llamativo que el impetuoso segundo puesto de John Edwards, que, con un 34% de los votos en un Estado que no es del Sur, demostró su fuerza entre los independientes, dato importante para las presidenciales.
La irresistible ascensión y fulminante caída de Howard Dean es fascinante. El 21 de febrero de 2003, en plenos preparativos bélicos, el Comité Nacional Demócrata mantuvo en Washington su reunión de invierno. Todo era normal hasta que le llegó el turno a un tal Dean, que sin preámbulos, dijo: "Quiero saber por qué diablos la dirección del partido está apoyando el ataque unilateral de Bush en Irak. Quiero saber por qué respalda los recortes fiscales. Me llamo Howard Dean y represento el ala demócrata del Partido Demócrata". Los 12 minutos y 30 segundos del discurso dejaron boquiabiertos a algunos dirigentes y pusieron de pie, aplaudiendo, a otros.
En junio, después de la polvareda de la guerra y cuando empezaba a estar claro que la posguerra iba a ser otro cantar, Dean anunció que quería ser el candidato. Se hizo con las portadas de todas las revistas y arrancó el otoño preelectoral con los otros aspirantes a la nominación preguntándose que estaba pasando. Dean despertó a las bases demócratas más activas y capitalizó el movimiento. Pero esa dinámica que le llevó a encabezar todos los sondeos también le cegó: gastó sin control los 41 millones de dólares recogidos y se dejó etiquetar como radical, cuando su historial de gobernador era moderado. Dean tuvo además, en diciembre, dos momentos malos: el apoyo de Gore -la quintaesencia del aparato abrazaba al candidato que tronaba contra el establishment- y la fría reacción a la detención de Sadam, que todo el país celebró.
En esta situación, los demócratas llegaron a enero, a los caucus de Iowa, con un estado de ánimo mortal para Dean: despiertos y con ganas de pelea, pero poseídos de un sentido pragmático de elegir al que más posibilidades tuviera contra Bush. Y ése no era Dean, que perdió en Iowa y volvió a perder en New Hampshire y en todas las primarias desde entonces. El equipo se deshizo, el dinero se agotó, el entusiasmo se mudó a Kerry y a Edwards. Ocurra lo que ocurra en noviembre, el Partido Demócrata tiene una deuda impagable con Howard Dean: fue el hombre que le resucitó con una descarga eléctrica que ha acabado electrocutándole por cortocircuito con la realidad.
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