La niña
Entre las cajas llenas de libros y de objetos inútiles, entre el trajín de la mudanza inminente, Diana, sentada en el sofá, es como un foco de luz que me ilumina el salón. Diana, 10 años, ecuatoriana. Su madre pronuncia el nombre a la americana: Daiana. Esta tarde, Diana tendría que estar en Cáritas, que es donde va después de la escuela para no pasar sola toda la tarde, pero su madre la ha traído al trabajo porque hace muchos días que no la ve. La madre de Diana va y viene de un trabajo a otro, y sólo disfruta de su niña cuando llega a casa de noche derrotada. Diana y su madre viven en una habitación realquilada. Mientras mamá trabaja todo el día, a Diana le da tiempo a ir al colegio, a hacer repaso escolar en Cáritas y a pasar un rato con esa familia que vive en su casa. Vuelven aquellos tiempos de Gila en que los pasillos estaban llenos de desconocidos. Diana-Daiana hace los deberes sola. Tiene el aspecto severo y responsable de las niñas que desde los años más tiernos tienen que ayudar. Le he puesto en la tele un DVD de La bola de cristal y Diana sonríe viendo a la Bruja Avería y toma un cola cao con galletas. Yo hago como que leo, pero en realidad la estoy mirando. Tiene esa tersura de melocotón de las pieles morenas, los ojos rasgados, el pelo de india. A veces le pregunto que por qué se ríe porque me gusta oír sus explicaciones. El acento madrileño aún no ha devorado el acento del país donde nació. No hay nada más dulce que mirar a un niño cuando éste no se sabe observado. Pienso que la literatura que más me gusta es la que escribieron los hijos de la inmigración, los hijos de los judíos que llegaron a Estados Unidos, igual que la música o el cine que más gusta. Fueron ellos, los hijos de los emigrantes pobres, los que contaron el mundo apasionante y cruel del recién llegado. Quién sabe qué será de esta pequeña diosa. Quién sabe si un día narrará este infantil capítulo de su vida: la tarde en que llegó a una casa y, mientras su madre embalaba, una señora le puso de merendar, y la miraba detrás del periódico, y de pronto, sin venir a qué, aquella señora se le acercó y le dio un beso.
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