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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Eastwick

Al leer, en estas mismas páginas, el artículo de Eduardo Uriarte Sin piedad, referido al agravio causado a la familia Pagazaurtundua por los concejales nacionalistas de Andoain, me acordé del personaje del diablo en la película Las brujas de Eastwick. La columna terminaba reclamando que sigamos encabronados para evitar que nos lleve a la indignidad el fanatismo, expresado en este caso en la actitud de unos gobernantes incapaces de mostrar piedad hacia los allegados del policía asesinado.

Jack Nicholson interpreta en el film el papel de un diablo que acude al pueblecito de Eastwick en respuesta al conjuro de tres vecinas hastiadas de la mediocridad. El diablo seductor libera lo mejor que permanecía reprimido en cada una. Pero las tres brujas son agraviadas por un vecindario hipócrita y empiezan a devolver el daño recibido. Pronto se horrorizan de su capacidad destructora y rompen con el diablo-Nicholson. Así destapan la caja de Pandora. En una escena memorable, el diablo les reprocha su ingratitud y les advierte: "¡Estoy encabronado!"

Cuando vi la escena por primera vez intuí que aquel pobre diablo llevaba las de perder. Y no sólo porque se enfrentaba a las protagonistas, y por tanto al guionista. Cuando un humano se encabrona o engorila rompe el frágil equilibrio entre sus tripas y su capacidad de ver, de pensar y sobre todo, de compadecerse. Y, como dijo Gracián, "La primera vez espantan, pero poco a poco se les viene a perder el primer horror"; porque no dejan de ser un tigre enganchado en el rugido. En la vida política hay agravios que parecen dirigidos a romper ese equilibrio; que buscan que el agraviado descubra al contrincante sólo como enemigo. El político encabronado da albergue en el alma a una pasión que acaba embargando de ira su completa existencia. Entonces, el agravio, convertido en magia negra, hace que la razón se vea afectada por la paranoia. Y al no ver más que lo malo de los otros, sólo se aprende de ellos lo peor.

El político encabronado por el fracaso de una causa sobrada de justicia, corre el riesgo de hacer sucumbir a su razón. También Gracián nos previno de quien se muestra inmoderado en su voluntad de apurar el bien: "...Sacará sangre en lugar de leche quien esquilme como si fuera un tirano". Sigue sucediendo en la vida real. Por eso, debemos salvar a nuestros héroes de esa pasión producida por el padecimiento de un agravio largo e intenso que llega a valorar la muerte de la razón como un sacrificio inexorable.

El poder, falto de humanidad, lleva consigo su propia destrucción. Aunque su fecha de caducidad no siempre coincida con el periodo vital de sus víctimas ¿Significa eso que lo inteligente es salir huyendo, con abandono de la propia dignidad humana? Nada de eso. Significa que las armas de la personas agraviadas son la inteligencia y la capacidad de apiadarse del agresor para evitar convertirse en su espejo. No lo digo desde el cristianismo, sino desde un laicismo radical.

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