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Reportaje:

A la calle por 'viejos'

La mayoría de los empleados despedidos de Talgo, que se manifestaron el jueves en la Asamblea, tiene en torno a 50 años

Antonio Jiménez Barca

¿Cómo se entera uno de que le echan del trabajo a los 50 años? Carmen López Frey lo supo el 28 de noviembre pasado al entrar por penúltima vez en los talleres de Talgo de Las Rozas. Esta mujer, que ha sufrido operaciones en los tendones y en las clavículas y que tiene los huesos dañados de trabajar, vio ese día un sobre a su nombre. Lo abrió y leyó las 26 palabras que contenía, cuatro menos que los años que suma limpiando vagones de tren en la empresa: "Por la presente le comunicamos la concesión de una licencia retribuida a partir del día de hoy y hasta el momento que oportunamente se le indicará". Carmen lo entendió al momento: "Que me fuera a mi casa, que me iban a pagar el tiempo que estuviera allí, pero que me preparara porque me iban a echar. Yo tengo una hija que estudia. Mi marido trabaja, sí, pero yo no quiero ser una mantenida, porque nunca lo he sido". Un centenar de empleados de Talgo (la mayoría con cerca de 50 años) recibieron una circular de idéntico texto: era el primer paso de un expediente de regulación de empleo (ERE) firmado por la Comunidad de Madrid el 9 de febrero, que los inspectores de Trabajo consideran rechazable y que los trabajadores afectados creen injusto, pero que ha sido ratificado por los comités de empresa y por Talgo.

"Un alto cargo llamó a mi casa y tuvo la cara de preguntarme cómo me encontraba"
"Y ahora, que alguien me explique: ¿qué hago a mi edad cuando se me acabe el paro?
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Antes del 9 de febrero, Carmen López Frey luchó por no quedarse en la calle. Negándose a cumplir la orden de la "licencia retribuida", acudió a Las Rozas una semana después de recibir la carta junto a otros compañeros mecánicos y a sus compañeras limpiadoras, todos mayores de 45 años, todos con más de 25 años en la empresa.

"Y nos encontramos con que una contrata de mujeres jóvenes, cobrando mucho menos, plegándose a lo que la empresa quería, estaba encargándose de limpiar los vagones, es decir, les habían dado ya nuestro trabajo", recuerda ahora Carmen, con rabia.

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A las limpiadoras amenazadas de despido les ordenaron ocuparse de un solo vagón (normalmente limpiaban tres en un día) y permanecer en él las ocho horas. "Allí nos tuvieron todo el día, humilladas, sin salir más que al servicio", explica Josefa Hurtado, de 47 años, soltera, "sin vivienda propia", enferma también por haber limpiado vagones durante decenas de años en posturas forzadas, tumbada en el suelo, subida a los brazos de los asientos para llegar a los portaequipajes. Por el despido, le corresponden 19.600 euros. "Y ahora, que alguien me diga lo que voy a hacer cuando se acabe el paro, dentro de dos años, ¿Qué hago yo a a mi edad?", se pregunta.

A los mecánicos despedidos tampoco les permitieron hablar con los otros más jóvenes que conservaban su puesto de trabajo. "Nos trataron como si tuviéramos la peste", resume Pedro Leo, de 46 años. Ya nunca volvieron a los talleres de Las Rozas. Aunque desde entonces no han dejado de reclamar ni un día lo que, en su opinión, les pertenece: su puesto de trabajo o, a las malas, un despido que les permita vivir con un poco más de desahogo.

Lo reclamaron a la desesperada en la Asamblea de Madrid el pasado jueves. Una treintena de trabajadores afectados se pusieron a gritar desde la tribuna de invitados, a la vez que arrojaban octavillas sobre los escaños de los diputados. Fueron desalojados por los vigilantes. Una vez en los pasillos, siguieron gritando ("Y las hipotecas, ¿quién las paga"? "¡Toda nuestra vida se está yendo a la basura!" "¿Que nos escuche alguien, por favor!"), exigiendo a voces que les recibiera la presidenta del Gobierno regional, o el consejero de Trabajo, Juan José Güemes, ambos del PP. Fue en vano. Esa protesta en la sede parlamentaria ha originado que el PP pida que "sean sancionados políticamente" los partidos que "inviten" a la tribuna a personas que luego "causan incidentes".

Aquel día los "incidentes" terminaron en media hora. Los trabajadores se marcharon sin hablar con Aguirre ni con Güemes. Una de las desempleadas terminó gritándole de pura desesperación a un ujier: "Perdone, pero se lo cuento a usted porque no tengo a nadie más a quien decírselo".

La mayoría de estos trabajadores, además del paro, cobrará 20.000 euros de media. A los que tienen más de 55 años, por ley, la empresa les pagará la Seguridad Social, con lo que a los 60 años podrán cobrar una pensión digna. Es el caso de Carlos Pareja, de 56 años, que entró en Talgo en 1974 como aprendiz y que el día de la fatídica circular trabajaba de informático. "No podía creer que después de 40 años la empresa se portara así. Simplemente no podía creerlo", dice. A él le quedará una jubilación casi decente cuando cumpla los 60. No le pasará lo mismo a Juan Victorio Carretero. "Cumplo 55 en marzo. He trabajado en Talgo 36 años. Pero me falta un mes. Sólo un mes. Y no entro en el cupo. Yo cobraré de jubilación mucho menos que Pareja porque no encontraré un trabajo cuando termine el paro. ¿Quién va a contratar a un mecánico de 55 años? Por eso no podré cotizar los últimos años". Carretero cobrará de indemnización 26.000 euros.

Un portavoz de Talgo asegura que el acuerdo firmado por el comité de empresa y la dirección de Talgo incluye "20 prejubilaciones, 6 bajas por incapacidad laboral y 14 contratos para las trabajadoras de la limpieza despedidas en alguna de las contratas que trabajarán con Talgo, "aunque ya no con el convenio de Talgo, sino con el de la contrata, que será ya su empleadora a todos los efectos". Pero ni Mari Carmen López ni Josefa Hurtado ni ninguna de sus compañeras despedidas han oído hablar de ese compromiso. Ni de las 20 prejubilaciones.

El portavoz de la empresa también asegura que todos los desempleados entrarán en la lista de una empresa de las denominadas out placement, esto es, "de las que se dedican a recolocar a parados, con un 83% de éxito", afirma el portavoz de Talgo.

Otro trabajador, mecánico -22 años en Talgo-, estaba enfermo ese 28 de noviembre. Se enteró de todo por teléfono: "Un alto cargo de la empresa me llamó y tuvo la cara de preguntarme qué tal me encontraba. Añadió que en breve recibiría una carta...". Este operario tiene tres hijos estudiando y una mujer con depresión. Y 50 años.

El jueves estuvo a punto de llorar en la Asamblea al ser desalojado de la tribuna junto con sus compañeros. A su edad no confía en volver a trabajar nunca, por mucho que haya sido incluido en la lista de out placement, por mucho 83% de éxito que, dicen, logra.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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