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Crítica:'MÚSICA DE HOY'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El uso del tiempo

Este año el ciclo Música de hoy lleva el subtítulo de 'Conciertos al límite'. Y ello se cumple muy bien en alguien que, como Gérard Grisey (1946-1998), tuvo tan poco tiempo para llevar a cabo una propuesta que juega con ese concepto que se contrapone al límite, pero lo complementa y le da sentido: lo que está más allá. La lista de sus maestros viene bien para ponernos en situación: Dutilleux, Messiaen, Stockhausen, Ligeti y Xenakis. Nada menos. En todos hay ese punto de consideración de la música como investigación en la que lo tímbrico alcanza un sentido en sí mismo, pero se liga siempre a una suerte de trascendencia expresiva. Se puede -y se ha hecho mucho, por ejemplo en los ejemplares textos que adornan el programa general del ciclo- teorizar sobre la complejidad formal de la obra de Grisey. Pero lo que ha de quedar siempre de su música, y sobre todo para quienes se acercan a ella por vez primera, sigue siendo su capacidad para hacer pensar, y de ahí a la emoción está el paso decisivo.

En Grisey se da ese paso con las armas del conocimiento y de la inteligencia, que son las que catalizan eso que los antiguos llamaban inspiración y que hoy no se estila mentar porque puede acabar con la reputación del que se atreva. Cuando Peter Niklas Wilson habla de "elementos perturbadores" en Talea, la primera de las dos piezas del programa, se refiere, y con razón, al decurso de la escritura y a la sorpresa del oyente, no necesariamente acústica, sino igualmente emocional. Es la presencia de los gestos, que aparecen como llamada o como simple elevación, progresivamente más perceptible, del mensaje -otra palabra que carga el diablo- sensual y moral que aquí se nos propone.

La segunda obra de la sesión, Vortex temporum, añade a lo antes mostrado el elemento referencial, la complicidad con la tradición más querida para uncirse a ella desde el afán por proseguirla. El arranque, con una glosa del Dafnis y Cloe de Ravel, se irá remansando hacia algo esencial en Grisey: la duración o, mejor, la perduración, la extensión del sonido en una dimensión que fuera atemporal precisamente porque no existiera el tiempo en ella. Imposible, pues, pero muy hermoso en su formulación sonora, menos abstracta de lo que parece, también por la vía de un dramatismo contrastante.

Daba gusto ver a tanto joven oyente recibiendo una música no fácil -y magníficamente interpretada por Proyecto Guerrero con Juan Carlos Garvayo dirigiendo desde el piano-, pero agradecida tras el esfuerzo. Ése debe ser el resultado de un ciclo como éste: crear un público nuevo que no tema a sus contemporáneos.

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