El arte "simpar" de Anne-Sophie Mutter
Cuentan las Juventudes Musicales de Madrid con la adhesión de grandes artistas, que con frecuencia actúan en sus conciertos extraordinarios creados por María Isabel Falabella y sus colaboradores, con el fin de allegar fondos para becas de estudio en el extranjero. Y como el término extraordinario suele ser verídico para JJ MM, cada temporada nuestra vida musical goza de un abono de especial categoría.
Una de esas estrellas absolutas que ponen su afán y su amistad al servicio de la serie es la violinista Anne-Sophie Mutter (Rheinfelden, Alemania, 1963), alguien a quien podemos aplicar la adjetivación de "simpar", supremo elogio de Don Quijote a la ideal Dulcinea. Porque si es cierto que la actual violinística alcanza unos niveles tan elevados como en cualquier época superbrillante, una de sus características es, precisamente, la ausencia de "globalización". Cada cual impone su gusto, sus tendencias y sus sentimientos y en el caso de la Mutter los recibimos todos "como agua de mayo". Pero también es verdad que toda estrella, por perfecta que sea, tiene sus días de plenitud y pienso que Anne-Sophie nos ha dado uno de ellos, en los que se produce una conexión palpitante entre la magia del transmisor de emociones sensibles y su destinatario, el público filarmónico.
Éste es uno de los grandes privilegios de la música "en directo": sellar en nuestra memoria las sinfonías de Brahms por Karajan en uno de los Festivales de Berlín, el Mozart para flauta y arpa de Rampal y Zabaleta con Argenta en el ruedo renacentista de Carlos V de Granada, el Viaje de invierno, de Fischer-Dieskau, la Manón de Victoria de los Ángeles o el Concierto en re para violín, de Beethoven, de Anne-Sophie Mutter de anteayer con la espléndida Filarmónica de Londres dirigida por Kurt Masur, un grande de la generación nacida en torno a los años treinta, como Maazel, sir Colin Davis, Muti, Barenboim o Abbado.
Los filarmónicos londinenses nos ofrecen vivo el sonido y la tensión de las más egregias formaciones de otro tiempo y la ágil versatilidad de los conjuntos del nuestro para sumarse al hacer penetrante, dilucidador, magistral de la violinista alemana. Creo que la crítica no está reñida con la pasión aunque esté radicalmente ligada a la razón y lo mejor que podemos decir hoy al lector es nuestra conmoción -la de 2.000 personas- ante el Beethoven que acabamos de asumir, como recién estrenado, expuesto con larga serenidad, moroso en ciertos pasajes de lentitud furtwängleriana y celibidacheana, más que exultante, intimizadora. Surge entonces, junto al aplauso, la gratitud y el recuerdo perdurable.
En la segunda parte, Masur y su admirable centuria nos dieron la Quinta sinfonía de Shostakóvich con gran perfección, pero se trata de otra música y otras impresiones más a ras de tierra: las del maestro ruso en una de sus más celebradas "panzersymphonien" de la que siempre nos quedamos con la excelente estructura, en algo beethoveniana, de su primer movimiento.
Babelia
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