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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Informe Lomborg: ¿aquí no hay debate?

Joaquín Estefanía

A FINALES DE LOS NOVENTA apareció en Dinamarca el libro El ecologista escéptico, que generó una discreta polémica. No fue hasta 2001, con motivo de su edición inglesa, cuando se organizó la tangana: críticas, contracríticas, alabanzas, réplicas, descalificaciones, dieron lugar a que se vendieran decenas de miles de ejemplares y deviniera en un best-seller en el campo de la no ficción.

¿Por qué tanta polémica? Por las ideas defendidas por el profesor danés Bjorn Lomborg, nacido en 1965, especializado en estadística y, según él, antiguo miembro de Greenpeace. El libro dice que, al revés de lo que se cree y defienden las organizaciones especializadas, la humanidad está, desde el punto de vista medioambiental, mejor que antes. Ni calentamiento de la tierra, ni agujero de ozono, ni más contaminación, ni agotamiento de las fuentes de energía. Para sostener tan sorprendentes y arriesgadas tesis, Lomborg acudió al uso de las estadísticas en el entendido de que en el terreno de la ecología se distorsionan los datos primarios de la realidad: el talón de Aquiles del debate ecológico, según el autor danés, es la falsificación de muchos datos de partida y su sesgado tratamiento, lo que genera una exposición ideologizada y no científica de las posturas.

¿No sería bonito que, por una vez, en algún asunto, el Gobierno de Bush presentara un proyecto que no debilitara la protección al medio ambiente ni propusiera rebajas de impuestos para los ricos y las empresas?

La respuesta fue inmediata, sobre todo por parte de las organizaciones maltratadas en el texto: el Instituto WorldWacht, Greenpeace o el Fondo Mundial para la Naturaleza, iconos del ecologismo más consecuente. Desde falta de rigor científico por contener el libro "un diluvio de inexactitudes", hasta la denuncia de Lomborg como baluarte de todos los que tienen algo que perder con la existencia de normativas medioambientales exigentes -por ejemplo, las compañías petroleras o las nucleares-, o ser un acólito del presidente Bush, el mandatario que más ha despreciado la protección al medio ambiente (en uno de sus artículos más irónicos, Paul Krugman escribe: "¿No sería bonito que, por una vez, en algún asunto, el Gobierno de Bush presentara un proyecto que no debilitara la protección al medio ambiente ni impusiera rebajas de impuestos para los ricos y las empresas ni redujera la supervisión pública?").

Cuenta Lomborg que su interés por evaluar el estado medioambiental del planeta comenzó después de leer una entrevista con el economista estadounidense Julian Simon en 1997; en ella denunciaba que gran parte de la percepción de los ciudadanos sobre el estado del mundo está basada en estadísticas poco fiables, no respaldadas por pruebas empíricas. Según esta versión, no deberíamos dejar que sean las organizaciones ecologistas ni los lobbys empresariales quienes dicten las prioridades medioambientales, sino que se debe luchar para conseguir una comprobación democrática del debate por medio del conocimiento real del mundo.

¿Verdadero o falso lo que dice Lomborg? ¿Realidad frente a mitos? El ecologista escéptico ha tenido al menos una virtud: estimular un debate que ayuda a ampliar el conocimiento, dado que la exageración de los problemas -o la ausencia de planteamiento de los mismos-los hace insolubles. En estos momentos, las industrias contaminantes discuten en España con la Administración los costes de aplicación del Protocolo de Kioto -Lomborg propone un análisis coste-beneficio del problema: es mucho más rentable permitir la mayor parte de las emisiones y pagar sus consecuencias cuando vayan llegando que tratar de restringirlas en exceso-, y ni siquiera todas las empresas mantienen idénticas posiciones. El PSOE incorporó de repente a los borradores de su programa electoral (el texto definitivo aprobado por el comité federal no se conoce aún) la supresión de las centrales nucleares en los próximos 23 años... Mientras tanto, El ecologista escéptico lleva ya varias semanas en las librerías de nuestro país (Espasa). Excepto una breve discusión previa a su publicación en la Revista de Libros, no conozco que haya levantado mucha polémica. Merecería la pena, y no hacer algo tan castizo como despreciarlo mediante el silencio.

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