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SOMBRAS NADA MÁS
Columna
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El niño ante el hormiguero

Juan Cruz

Este es un hombre muy especial. Es como su padre, un médico vallisoletano adusto, cuya familia vino a menos; pero siempre ha querido ser como su madre, una sevillana amante de la juerga, proletaria, cuya familia se enriqueció gracias a la lotería. Nació en Sevilla, en 1934, e iba para abogado; se desvió hacia la música y hacia la pintura, y ahora es sólo pintor. Acaban de clausurarse en Madrid cuatro exposiciones simultáneas suyas, y este lunes le dan la medalla de honor del Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Siempre ha sido dos, el vallisoletano y el andaluz, juntos en una misma pieza en la que sin embargo, y a su pesar, domina el aire del padre. De él se ha dicho que combina hablando a Kafka con Antonio Machado. Su pasión es la música, y aunque jamás hubiera querido ser como Frank Sinatra, se lo sabe entero, y acaso en el secreto de su enorme taller cante al amanecer Stormy weather. De él ha dicho Antonio López, que tan poco se le parece, que no es una fábrica sino un artista, pues inventa siempre, no se reproduce.

Ahora dice que no está viviendo un buen momento, pero eso lo ha dicho ya al principio de casi todas sus décadas, y está a punto de iniciar (el 24 de agosto) la década de los setenta. ¿Melancólico? Absolutamente, y pesimista; pinta tanto, y se expone de tal manera, como una forma de huir de sí mismo, de sepultarse en pintura. Cuando camina por la ciudad lo hace como si estuviera buscando a alguien que perdió hace al menos quince años, con sus zapatones con los que aplasta literalmente el sendero que sigue.

Espera que el psicoanálisis (al que se somete desde hace más de veinte años) lo deje al menos como un ser funcional. Él no está buscando metafísicas: sólo quiere que el psicoanálisis lo arregle. Y está tan mal ahora que hace unos días, mientras se psicoanalizaba, le dijo a su psicoanalista: "Fulanito, yo creo que voy a tener que empezar un psicoanálisis".

Es un gran conversador distraído. Hace algún tiempo le fue a ver a su estudio (un enorme estudio, con su casa, en Villanueva del Pardillo, donde se batalló durante la Guerra Civil) el fotógrafo Jordi Socías; buscándole ángulos para el retrato, el pintor le hizo una propuesta: "¿Tú no querrás que me tire a la piscina?". Y súbitamente se lanzó al agua, vestido. Cuando se estaba haciendo esa casa le comunicaron que en la excavación de los cimientos habían hallado un esqueleto, uno de aquellos muertos de la Guerra Civil. Con la flema de su ironía, Gordillo preguntó: "¿Y qué, era nacional o rojo?".

Y no es sólo despistado, sino disidente. Si ustedes recuerdan, cuando los artistas españoles hicieron una manifestación contra las esculturas con las que el colombiano Botero quiso poblar Madrid en 1993, el hombre que iba al frente de la tropa plástica era Luis Gordillo. Sus galeristas de la Marlborough (que le han representado en exclusiva) no salían de su asombro, pues Botero también es exclusivo de su catálogo.

Está contra sí mismo, también. Los mismos galeristas evitaban que él pasara por la galería cuando iban clientes a interesarse por su obra, especialmente por sus grandes cuadros, que además son los mejores. En alguna ocasión, Gordillo les disuadía de comprar: "No, este cuadro me salió fatal; está mal terminado, y además yo no estaba en buena época cuando lo pinté. No se lo lleve".

Pinta como un condenado. Él dice que el tiempo le ha dado más conocimiento del dolor, y que pintar (y pintar tanto) le salva: "Es mi salvavidas, y si no me agarro me hundo". La fotografía es una obsesión suya; él se ve como un cliché, obsesionado por pasar al positivo. Y tiene una visión que le viene de pronto: se ve como un niño que está viendo un hormiguero, mirando las hormigas en línea, completamente pendiente de ellas... Toda mi vida he estado obsesionado, buscándose. Camina para hallarse.

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