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Columna
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¿Vamos bien?

Escucho la vieja canción...: "prefiero ser soñador, a ser destructor de sueños...". ¡Sí! Perales es uno de mis muchos pecados, la mayoría de ellos sin solución posible. ¿Habrá confesores laicos para este tipo de delitos carnales? Lo cierto es que me pueden los boleros, especialmente sin son medio cursis. El martes pasado, en Luz de Gas, nos juntamos unos cuantos locos del bolero para escuchar al maestro Moncho, inmenso a pesar de sus 39 grados de fiebre, y tuve un subidón de nostalgia sentimental. Moncho es una especie de maestro de las emociones, puro sentimiento él mismo, tanto que uno no sabe si canta boleros, o es el propio Moncho su mejor bolero. Los que le conocemos algo la vida, su lucha desgarrada por los que ama, su entrega a esa gran Conchi que lo acompaña por la vida, su optimismo a pesar de algunos trágicos pesares..., los que sabemos todo esto y le oímos cantar, entendemos hasta qué punto hay cantantes que no cantan emociones, sino que transmiten la mucha emoción que llevan dentro.

Los boleros. Ya sé que sacarlos de contexto es casi como traicionarlos, y que sólo sirven para el azúcar moreno de nuestras noches sentimentales. O para la sal y la pimienta, que de todo hay en su sabiduría. Pero, sin llegar a la traición, el bolero de Perales me viene al cuento de lo que quiero expresar, ni que sea como aviso para navegantes. Los que hoy nos gobiernan no sólo administran políticas, presupuestos y proyectos. Son depositarios, también, de algunos sueños colectivos que fuimos acumulando en los largos tiempos de ansiedad. Aunque la política es austera en sentimientos, hay momentos históricos que tienen una fuerte carga sentimental, como si fueran imanes de las esperanzas de muchos. Sin duda, hoy vivimos uno de esos momentos, ni que sea porque no estamos ante un simple relevo político, sino también ante un decálogo de promesas que tienen que ver con el lenguaje, las formas, la ética y, sobre todo, con la cultura política. Es decir, lo que ha cambiado no es el grupo humano que hoy dirige el Gobierno catalán. Lo que ha cambiado es la cultura política que lo impregna. Ha cambiado, o eso esperamos, deseamos y, hasta el momento, intentamos creer. Precisamente por ello, porque hay sentimientos depositados en este Gobierno, y porque acumula sueños colectivos, me parece necesario analizar algunos cristales rotos de estos primeros tiempos de tripartito.

Y empiezo por el final, la bronca de la sesión de control parlamentario. Como hemos escrito mucho en estos días de caso Carod, sólo repetiré lo imprescindible: las formas, en política, nunca son inocentes. Contienen tantos mensajes como los propios mensajes. Lo que vale para la crítica a Josep Lluís, vale también para Pasqual Maragall, salvando las distancias a que obliga el descalabro del primero. Lo decía Francesc Marc Álvaro en el programa de Bassas en Catalunya Ràdio: "Este hombre cree que aún es alcalde y no presidente". Y, experiencia en mano, le doy la razón. Los alcaldes mandan mucho, mandan tanto que el debate en plenario es más un ritual retórico que un auténtico control político. Dan palabras y las quitan, usan la vara del mando con despótica alegría y, en la mayoría de casos, son ellos los que deciden quién puede hablar, cómo y cuándo. El vostè no és ningú que le dedicó Maragall a Artur Mas es una alcaldada clásica, más o menos excusable en la vida municipal, pero inexcusable en la parlamentaria. Maragall no es un amo del cotarro, sino un presidente electo cuyo trabajo tiene que estar sometido a riguroso control. Primer cristal roto: Pasqual aún no sabe que gobernar un país no es dirigir una ciudad.

Segundo cristal: esa bronca solapada entre Montserrat Tura y Antoni Siurana. Personalmente creo que Tura es de lo mejor que hay en este Gobierno, y precisamente por ello ha sido la primera damnificada. La marcha atrás que ha hecho respecto a la tolerancia cero, a raíz de la presión del consejero de Agricultura, presionado a su vez por los sectores vinícolas, es un pésimo antecedente. No sólo porque aplaza la necesaria política de choque en materia de accidentes de carretera, sino porque es un síntoma de descoordinación e improvisación. Por cierto, y me apunto a lo dicho porJúlia Otero en TV-3: ¿qué puñetas tiene que ver la defensa del sector vinícola con la necesidad de eliminar el alcohol en la sangre de los conductores? ¿Realmente alguien puede asociar la locura de las muertes en carretera, mayoritariamente vinculadas al alcohol, con la buena marcha del sector? Es un disparate monumental que, sin embargo, desgraciadamente, parece haber surtido efecto.

Tercer cristal roto: todo el lío de la Corporación Catalana de Radio y Televisión, no tanto por los nombramientos finales como por la imagen que se ha dado. Ha parecido muy mucho que, lejos de tener un proyecto serio respecto a la televisión y la radio públicas (y a todo el sector del audiovisual, con el que interfiere), lo que había era una lista de candidatos, una pelea de cuotas y una ausencia notable de ideas renovadoras. Y eso que Montilla, en sus días de candidato, había dicho que la credibilidad del nuevo Gobierno pasaba por la capacidad de dar un giro copernicano a la televisión pública. Puede que ese giro se dé al final del camino, pero no será por haberlo iniciado con profesionalidad.

En fin, ya sé que todo tiene explicación, que son nuevos, que acaban de llegar y se encuentran con sorpresas, que tienen que elaborar una cultura de pacto que no es fácil, que además han superado una crisis muy seria, que no han pasado los 100 días, que la herencia recibida es pesada... Lo sé y hasta puedo entenderlo. Pero, mis queridos, ustedes son mayorcitos y tienen experiencia de años, de manera que podrían ahorrarnos algunos sustos, sobre todo porque no administran solamente la gestión pública. Ustedes administran también algunos sueños compartidos. Uno puede recuperarse de un error político, pero recuerden que es mucho más difícil recuperarse de una decepción. Pregúntenle, si no, al gran Felipe.

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