Submarinos y delincuencia
Si el ministro de Defensa adquiere la costumbre de regalar un submarino cada vez que participa en una campaña electoral, su candidatura puede resultarnos cara a los españoles. El gesto de Federico Trillo donando un submarino a Torrevieja parece algo excesivo. Además, no creo que, en estos momentos, sea lo más adecuado para la población. Deben existir maneras más económicas de ganar la simpatía de los electores y obtener el voto, aunque quizá no resultaran tan eficaces. Hay que admitir que, en una sociedad dada al espectáculo, la acción de Trillo ha tenido una resonancia inmediata, como era su intención.
En lugar de regalar un buque, que pagamos todos los españoles, yo hubiera preferido que Federico Trillo cumpliera sus obligaciones como diputado. Entre un político que trabaja por su provincia y otro que pretende engatusarme con obsequios, me fío más del primero. De haber frecuentado Alicante estos pasados años, como era su obligación, no precisaría Trillo recurrir ahora a esas artimañas dadivosas. Pero, por lo visto, a nuestros parlamentarios les trae más cuenta visitar la sede del partido que su circunscripción electoral. Tal como están las cosas, si uno trabaja y se interesa por sus electores, corre el riesgo de verse apartado de las listas, como le ha sucedido a Díaz de la Lastra.
En cuanto se transforme en un museo, es probable que el submarino de Trillo se convierta en un formidable reclamo para el turismo que acude a la ciudad. Pero más que nuevas atracciones, Torrevieja precisa ahora acabar con la delincuencia que atemoriza a la población. Si el ministro de Defensa pretendía congraciarse con los torrevejenses, hubiera resultado de mayor utilidad enviarles un destacamento de la Guardia Civil. La presencia de los policías patrullando por las calles hubiera proporcionado a los ciudadanos alguna tranquilidad, de la que andan escasos. De seguir por este camino, Torrevieja corre el riesgo de ser más conocida por sus crímenes que por los encantos que ofrece al visitante. Aunque para un hombre tan hábil como su alcalde, no resultaría difícil convertirla en la capital del turismo de riesgo, para el que, estoy convencido, no habría de faltarle clientes.
Esas demostraciones de Hernández Mateo pidiendo la dimisión del delegado del Gobierno, porque no le envía policías, están fuera de lugar. Escuchándole, uno creería que las bandas internacionales llegaron a Torrevieja un par de meses atrás y la situación ha pillado al alcalde por sorpresa. Hernández sabe muy bien que los delincuentes se instalaron hace años en la ciudad donde, por cierto, viven muy cómodamente. Los periódicos y la oposición denunciaron numerosas veces que el modelo turístico que el alcalde animaba, favorecía la presencia de las mafias, lo que él siempre negó. Aquella alegre condescendencia con que se acogió la entrada de dinero, porque favorecía la construcción, ha traído estas consecuencias. Ahora, cuando el asunto se le ha ido de las manos y alarma a la opinión pública, Hernández Mateo se pone al frente de la manifestación.
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